Sigo preguntándome: ¿vivimos en una democracia o en un régimen corrupto donde la gente cree que puede hacer y deshacer sin consecuencias?
Pero sucede que, protegido por el derecho a expresar y difundir ideas, muchas personas insultan y difaman a otros sin afrontar las consecuencias. Ni siquiera se respeta la imagen del Presidente de la República, protegida por la Constitución y las leyes.
Vemos constantemente, a través de las redes sociales, en la radio y la televisión, todo tipo de insultos a el jefe del estado. Acusaciones, sin pruebas, de los crímenes y faltas más atroces.
Nadie está a salvo de los insultos, calumnias, obscenidades, vulgaridades y mentiras que se pronuncian contra empresarios, artistas, líderes políticos, funcionarios. y ciudadanos comunes.
Todos corremos el riesgo de que alguien, a través de un micrófono, hable mal de nosotros, nos insulte sin siquiera sonrojarnos.
«Difamación, calumnia, hay es algo que sobra”, expresión maquiavélica que resulta muy útil en el mundo del crimen verbal.
Las redes sociales son un asco. Hombres y mujeres en sus plataformas digitales hablan de sexo, de día o de noche, con un lenguaje nauseabundo, vulgar, obsceno, irrespetuoso, inculto, bochornoso, sin ninguna autoridad para detenerlo. La libertad de expresión y la difusión de ideas también deben tener límites. No podemos decir todo lo que queramos en la radio, en los canales de televisión, en las plataformas digitales sin vergüenza. Esto no es democracia, es perversión.
Desafortunadamente, vivimos en un país lleno de personas analfabetas que no saben leer, escribir ni pensar, mientras que otros sí saben leer, escribir y pensar. Incluso pensar, pero quienes no lo hagan correctamente gobernarán el mundo, poniendo en peligro la existencia humana, independientemente de la quinta revolución industrial y la inteligencia artificial en curso. La creación amenaza a la humanidad, como han advertido famosos científicos contemporáneos.
A veces pienso que en este país necesitamos un régimen de fuerza, una dictadura, alguien con suficiente equipo y suficientes armas para establecer el orden, pase lo que pase, como pasó en Singapur, Lee Kuan. Yew, llegó al poder en 1959 y permaneció en el poder hasta 1990, cuando le sucedió su hijo.