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La edad floreciente. Después de los 60, la vida no se mide en tiempo ni en años, sino en el brillo que irradia el alma. Ya no se trata de sumar años, sino de realzar la calidad con que los vivimos. Unir la paz interior con lo físico, (esa armonía profunda entre el cuerpo y el espíritu) ,es el verdadero comienzo. Y para eso, volvamos al origen: “que tu alimento sea tu medicina y tu medicina, tu alimento.” Así lo dijo Hipócrates, y no era una metáfora, sino una sabia advertencia que aún resuena.
Bajemos el ruido del mundo. No todo el estrés es nuestro. No todo lo que nos rodea debe afectarnos. Aprendamos a diferenciar entre lo que es carga propia y lo que es peso ajeno. La paz interior, en estos tiempos, es una forma de resistir. No la dejemos escapar: la verdadera paz es el sello de Dios.
Meditemos. Oremos. No como una rutina vacía, sino como encuentro con lo eterno, como pacto con Jesús, que es refugio y guía, medicina para el alma sedienta.
Recomendaciones esenciales para una longevidad con sentido:
Hoy la humanidad vive más tiempo. La esperanza de vida global ya supera los 73 años, y sigue creciendo. Pero el verdadero desafío es vivir mejor. Que cada año ganado no sea una suma gris, sino un poema vital, un acto de dignidad.
Cultivemos relaciones que nutran, amistades sinceras, vínculos que no agoten. Y no olvidemos a los vecinos, a la comunidad: nuestra salud también se construye en lo colectivo.
Seamos más humanos. Más íntegros. Más presentes. Porque en esta etapa de la vida no se trata de resistir, sino de florecer con lo que somos y con lo que hemos aprendido. La longevidad, entonces, no será un privilegio, sino una revolución íntima.
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