Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
Tres décadas de conectividad del Internet comercial en República Dominicana: avances, silencios, desigualdades y la gran pregunta que no podemos seguir soslayando.
Santo Domingo. – Hace treinta años, República Dominicana dio su primer paso hacia el universo digital. El 5 de mayo de 1995, la empresa Codetel (hoy Claro) inició formalmente la comercialización del servicio de Internet. Era una novedad casi mítica: pocos comprendían su función, y muchos lo veían como un lujo para universidades, empresas o tecnologías futuristas. Pero en realidad, ese momento marcó el inicio de una revolución cultural, económica y social que, aunque silenciosa, cambiaría para siempre el rumbo del país.
En el año 1995, el acceso era limitado, costoso, y dependía de líneas telefónicas que interrumpían llamadas. Hoy, el Internet es una necesidad tan esencial como el agua potable. Sin embargo, tres décadas después, la promesa de una conectividad justa, universal y eficiente aún está por cumplirse.
El trayecto del Internet en República Dominicana ha sido fascinante, pero también profundamente desigual. A finales de los 90, surgen los primeros cibercafés, convertidos en refugio de emigrantes digitales, adolescentes exploradores y profesionales curiosos. En 2002, llega el GPRS y con él, las primeras conexiones móviles. Ya para 2006, las redes 3G permiten navegar desde celulares y laptops.
En 2010, la fibra óptica empieza a transformar los centros urbanos. Cuatro años más tarde, el 4G democratiza parcialmente la velocidad, aunque solo en zonas con infraestructura. En 2020 se habla de 5G, pero es apenas una promesa que no llega más allá de Santo Domingo y Santiago.
Y es que mientras algunas torres empresariales disfrutan de velocidades superiores a 500 Mbps, hay escuelas en Pedernales que apenas reciben una señal inestable. ¿Tecnología para todos? Solo si el código postal lo permite.
Hoy existen más de 10 empresas que ofrecen servicios de Internet en República Dominicana. Entre ellas destacan Claro, Altice, Viva, Wind Telecom, OneMax, y proveedores más pequeños como DNet, Coopenet y ActivaRD. Pero el mercado sigue dominado por dos gigantes: Claro y Altice, que concentran casi el 85 % de la cuota.
Esto plantea una preocupación fundamental: ¿puede haber verdadera competitividad en un entorno tan centralizado? Las tarifas continúan siendo elevadas y los contratos están llenos de letra pequeña. La transparencia brilla por su ausencia, y la fiscalización estatal es, en el mejor de los casos, simbólica.
En un mundo donde el Internet es sinónimo de información, productividad y derechos humanos, no garantizar el acceso equitativo es una forma moderna de exclusión. El 72% de los dominicanos accede a Internet desde sus celulares, pero solo un 22% lo hace desde computadoras y aproximadamente un 10% solo por WIFI dentro del 72%. Esto no es solo una cuestión de dispositivos, sino de brechas educativas y culturales.
La economía digital crece, pero sin una base de conectividad equitativa, estamos cimentando el futuro sobre desigualdades estructurales. ¿Cómo competir globalmente si cientos de miles de niños dominicanos aprenden con señal de datos intermitente?
No basta con celebrar 30 años de conexión comercial. Es hora de preguntarnos con firmeza:
Treinta años después del primer bit comercial en suelo dominicano, el verdadero desafío no es tener mejor tecnología. Es tener un modelo de conectividad al servicio de todos.
Porque si el siglo XXI se mide en datos, entonces también debe medirse en justicia digital.
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