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SANTO DOMINGO.- Cuando anuncian vaguada y las gotas martillean con ímpetu en los cristales de los vehículos, balcones, ventanas y tejados, el dominicano sabe que es el momento perfecto para encender los fogones. No hay paraguas que valga cuando el aroma de una buena comida casera comienza a flotar en el aire, transformando cualquier tarde gris en una fiesta de sabores criollos.
Cena con sabor a lluvia
Imagínate esto: la lluvia golpea las ventanas como una serenata inesperada y tú, acurrucado en casa, sientes el llamado ancestral de un asopao humeante. Ya sea con trozos de pollo jugoso, camarones rosados o una mezcla de ambos, esta sopa de arroz meloso es mucho más que un plato; es un abrazo cálido servido en plato hondo, coronado — cómo no — con unas lascas de aguacate cremoso.
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Pero si el aguacero no da tregua y el cielo amenaza con quedarse sin fondo, entonces hay que sacar la artillería pesada: un sancocho bien cargado, de esos que tienen más carne que una parrillada. Siete carnes, dicen algunos, burbujeando lentamente en la olla, liberando un aroma que inunda la casa y congrega a la familia alrededor de la mesa, haciendo que todos se olviden de las trombas de agua que caen afuera.
Tardecita dulce, cuerpo caliente
Y para los que no tienen tanto tiempo, pero sí mucho antojo, siempre está listo el infalible combo de pan con salami o queso frito. El chisporroteo en el sartén es banda sonora de lluvia para muchos dominicanos, especialmente para los que llegan cansados del trabajo o las clases y quieren cenar algo rápido, sabroso y con “sabor a casa”.
Cuando la noche avanza y el cuerpo pide cariño, aparece en escena una buena taza de chocolate caliente de tablilla. Espeso, aromático, con un toque de canela y clavo, y servido junto a pan sobao, galletas de leche o hasta queso blanco… cada sorbo es una pausa reconfortante mientras se escucha el agua caer.
¿Y si la nostalgia entra por la ventana? Nada mejor que una avena espesa — como la hacía la abuela — con su aroma envolvente a vainilla, clavo y leche caliente. Ideal para cerrar el día con el estómago lleno y el corazón contento.
El desayuno del día siguiente
Amanece, y aunque el cielo sigue llorando, el dominicano se levanta con el mismo espíritu alegre. Para quienes salen temprano al trabajo o a clases, el desayuno tiene que ser rápido pero poderoso. Un té de jengibre o de limón con miel calienta el pecho, despeja la garganta y espanta cualquier gripe incipiente.
Y si hay tiempo para sentarse, el desayuno se viste de gloria: arepitas de maíz, mangú con salami frito, queso y huevo revuelto. O simplemente un buen sándwich de pan de agua con jamón y queso, acompañado de una taza de café cerrero, ese que te despierta con una sola mirada.
Y si ya se hizo la hora de almorzar…
Entonces no hay discusión: un clásico dominicano entra en escena. Habichuelas guisadas con arroz blanco, aguacate y carne guisada que se deshace en la boca. Bajo la lluvia, este plato no solo alimenta, sino que consuela, reconecta y revive.
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