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Laura Díaz, natural de Gijón, manifiesta un anhelo desde Texas: “¿No sería fenomenal un Silicon Valley en Asturias?”

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Me marché en 2007 para perfeccionar mi inglés a Dublín con mi novio -ahora esposo- y con lo puesto.

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Lubbock, Texas. Población: 266.878 habitantes (2023). Allí reside la emprendedora digital gijonesa Laura Díaz. ¿Y cómo llegó a ese lugar? “Me marché en 2007 para perfeccionar mi inglés a Dublín con mi novio -ahora esposo- y con lo puesto. Bueno, miento, con unos mínimos ahorros que nos darían para subsistir por unos dos meses, tres como mucho, y una reserva de dos semanas en un bed & breakfast. La idea era hallar empleo, mejorar el inglés, y regresar a España al cabo de un año o dos. Nos encaminamos muy pronto. Era la época del ‘Celtic Tiger’ irlandés, y la abundancia, también de trabajo, reinaba. Aunque también había rastros por todas partes de lo pobre que había sido el país: infraestructuras que dejaban mucho que desear, suciedad, edificios medio derruidos…”.

Y fue cuando quedaron atrapados. “Sí, tal cual. La crisis de 2008. ¡Con la que se avecinaba en España, quién se atrevía a volver! Pensamos que la cosa cambiaría, que serían un par de años más, pero hasta ahora… 17 años y medio después. Después de tres años y medio en Dublín nos tocó vivir en Londres, en Edimburgo, luego Sidney (Australia), casi siete años. Y ahora, desde hace menos de un año y medio, estamos en Estados Unidos. Mi hija mayor nació en Edimburgo, y mi hija pequeña en Australia. De hecho, a Sidney fui con un barrigón de siete meses. De todos los sitios hemos aprendido algo, y en algunos hemos hecho amigos buenísimos. A todo el mundo que esté en una situación parecida le aconsejo que se esfuerce por volver a Asturias con cierta asiduidad y por no perder el contacto con sus amigos de la tierrina. Muchas de mis amigas están ahora en Asturias, o vienen también con asiduidad, y quedar con ellas es un baluarte anti depresión”.

Cuando tienes una vida “de tanto trotar por el mundo, de tanto reinventarse y volver a empezar, te vuelves un poco camaleón. Te tienes que adaptar a tantas nuevas situaciones, a tanta gente nueva, a tantos usos y costumbres, que no solo es que pueda ser agotador, a veces siento que, sin darme cuenta, llevo máscaras. Y, cuando voy a Asturias, a España, por fin me quito la máscara, y salgo yo en estado puro. Estoy en mi ‘comfort zone’ como dicen los anglos. Supongo que también influye el hecho de que siempre voy de vacaciones, y eso hace que una se relaje, y pueda disfrutar más”.

Hace tanto tiempo que se fue que “me cuesta recordar lo más difícil del periodo de adaptación. Sin embargo, sí que recuerdo que lo del inglés era muy fatigoso al principio en Irlanda. Me acostaba por las noches agotada del esfuerzo que había tenido que hacer durante el día. A pesar de ir se supone que con ‘buen nivel’ muchas cosas aún se me escapaban. Al cabo de un año, me sentía mucho más fluida, y a día de hoy, el inglés no me supone un problema. También soy consciente de que en cada lugar hay que calar a la gente, entender bien el funcionamiento del sistema, los usos y costumbres, y adaptarse”.

A pesar de estar en la esfera anglosajona, “América es diferente. Entre las cosas que nos han llamado la atención: todo, absolutamente todo, es en coche. Ya lo sé, el topicazo. Pero, aun así, uno no se imagina cuán real es esto en algunos lugares de EE. UU. (la mayoría) hasta que se viene a vivir aquí. No puedo caminar ni para ir a tomarme un café al Starbucks, que tengo a 300 metros de mi casa. ¿Cómo puede ser? Pues porque para ir tendría que cruzar una carretera de siete carriles y es arriesgado. Solo puedo caminar por mi barrio destino a ninguna parte, pero al menos muevo las piernas. Ya no es solo que tengas que ir en coche a todo, es que puedes hacer toda tu vida en coche, sin bajarte de él. De hecho, en el único sitio en el que quizá te tengas que bajar (el supermercado), abunda gente haciendo la compra sentados en scooters”.

En Australia “me cansé de buscar, acoplarme al puesto, para al cabo de un par de años volver a empezar en el siguiente lugar. Así que decidí que me iba a buscar una profesión ‘laptop’. de esas que te puedes llevar de un lado a otro, ordenador bajo el brazo. Empecé vendiendo cosas en Amazon, y desde hace cinco años tengo un proyecto digital, basado en la creación de contenido y la venta de productos digitales. Estoy contenta, pero mi cabeza no para de dar vueltas con nuevas ideas. Una vez te metes, empiezas a detectar oportunidades que no veías, pero me falta tiempo”.

No ve por qué Asturias “no podría ser un foco de atracción para gente como yo, de nómadas digitales. Se trata de un lugar idílico, podríamos tener una ‘villa digital”‘. A pesar de que realmente esta profesión se puede realizar desde cualquier lugar, a la gente le suele gustar estar rodeada de otra gente como ella, en sus mismas circunstancias. Pero para atraer a gente así, tendrían que cambiar cosas. Para empezar, una fiscalidad más atractiva”.

Otro desafío “es la revolución digital. Sí, ante nuestros ojos está ocurriendo un cambio de paradigma histórico. Las regiones que sepan atraer empresas y conocimiento en este sentido saldrán ganadoras. Las aplicaciones de la tecnología y la Inteligencia Artificial trascienden nuestro pequeño mundo de algoritmos de YouTube e Instagram, nuestra realidad cotidiana. Hay IA aplicada a la agricultura, a la seguridad, a la manufactura, a la medicina… Ningún campo se va a escapar. Estaría bien pensar estratégicamente, encontrar nuestro nicho dentro de este mundo tecnológico, y atraer a empresas y conocimiento. Unas empresas atraen a otras, pero tienes que facilitarles las cosas”.

“¿No sería fantástico tener nuestro Silicon Valley asturiano? No es una quimera. Una Asturias rejuvenecida, en la que se hagan cosas extraordinarias”. Se echa mucho de menos “la familia, la comida, la sidrina, y, de hecho, cuando camino por las calles de Gijón siento como si fueran una extensión de mi casa. A veces me teletransporto mentalmente y me veo por la calle Corrida, la cuesta de Begoña, el edificio de Correos, la playa… Ahora mismo lo he hecho, y he de reconocer que tengo lágrimas en los ojos. Mis recuerdos de infancia… Montada en la bicicleta en una pequeña aldea del concejo de Salas, explorando los caminos, los praos, y las vacas de fondo. Pura libertad. Allí, en casa de mis abuelos, ya era una experta con las madreñas con tres años”. Le da pena el envejecimiento de la población, “y que no nos hayamos sabido reconducir después de la famosa reconversión industrial. De todos modos, Asturias es puro potencial. Es cuestión de tener un plan”.

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