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EVANSTON, ILLINOIS – En una escena emblemática de la exitosa serie estadounidense Succession, el astuto patriarca de un imperio mediático familiar se enfurece al descubrir que ninguno de sus hijos sabe el precio de un litro de leche. Entiende que semejante desconexión entre quienes toman decisiones y la gente común es una receta para un liderazgo fallido. Ahora, la misma tensión se está desarrollando no en nuestras pantallas, sino en la Casa Blanca.El presidente estadounidense Donald Trump ha impuesto los aranceles más altos y radicales de la historia moderna. Supuestamente una respuesta a una “emergencia” nacional, estos impuestos a las importaciones buscan elevar los precios de los productos extranjeros hasta que la manufactura nacional se vuelva competitiva, pese a los costos laborales mucho más altos en Estados Unidos.Si bien muchos coinciden en que Estados Unidos debería conservar la capacidad de fabricar ciertos artículos estratégicamente importantes, es probable que estos aranceles tan amplios eleven significativamente los precios al consumidor. Por ahora, muchos importadores y minoristas podrían estar evadiendo las subidas de precios con la esperanza de que se reviertan los aranceles. Pero si se mantienen, eso cambiará.La Casa Blanca parece indiferente ante esta perspectiva. Según el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent (ex gestor de fondos de cobertura), “El acceso a productos baratos no es la esencia del sueño americano”. O, como lo expresó el propio Trump: “Bueno, quizás los niños tengan dos muñecas en lugar de 30, ¿sabes? Y quizá las dos muñecas cuesten un par de dólares más de lo normal”.Estos comentarios desdeñosos sobre las consecuencias para los consumidores estadounidenses contrastan marcadamente con la atenta respuesta de la administración a los mercados financieros el mes pasado. Cuando el mercado de bonos se tambaleó y los magnates de Wall Street se quejaron, Trump concedió a la mayoría de los países una prórroga para los aranceles más altos.Trump y sus asesores están trivializando y tergiversando las verdaderas dificultades económicas que podrían causar los aranceles elevados. La mayoría de los estadounidenses ya tienen dificultades para cubrir sus necesidades básicas. Los ingresos antes de impuestos necesarios para que un hogar promedio compuesto por dos adultos y dos hijos cubra las necesidades básicas (vivienda, cuidado infantil, alimentación, transporte, educación, ropa y artículos de cuidado personal) fue de 106,903 dólares en 2024. Sin embargo, alrededor del 60% de los hogares gana menos de 100,000 dólares al año, el 50% menos de 86,000 dólares y alrededor del 14% menos de 25,000 dólares.Incluso si uno de los padres deja de trabajar para ahorrar en el cuidado de sus hijos, el único que gana el sustento necesitaría 85,074 dólares. Las “necesidades básicas” tampoco incluyen comer fuera, actividades de ocio, vacaciones, ahorros, jubilación y otras inversiones financieras a largo plazo. Estos son “lujos” que requieren aún más dinero.No debería sorprender que una gran parte de las necesidades básicas sean importadas. Alrededor del 59% de las frutas y verduras frescas que se consumen en EU (incluido el 90% de los plátanos y el 70% de los tomates) son importadas, al igual que el 25% del jugo de naranja. Los niños en edad de crecimiento necesitan ropa y zapatos nuevos con regularidad, más del 95% de los cuales son importados. Lo mismo ocurre con los útiles escolares: dos tercios de todos los lápices que se venden en EU son importados, al igual que muchos libros y el papel utilizado para imprimir libros en el país. Los artículos personales para adultos también se verán afectados. Por ejemplo, casi todas las hojas de afeitar son importadas.Por lo tanto, el aumento de precios derivado de los aranceles dificultará la vida de las familias estadounidenses de innumerables maneras, que van más allá de las “muñecas”. Los niños estadounidenses comerán menos alimentos frescos, usarán menos ropa nueva y tendrán menos libros, bolígrafos y papel para aprender a leer y escribir.Por supuesto, la falta de empatía de la administración Trump no es sorprendente. Ninguno de los principales responsables de la política económica de Estados Unidos ha tenido que pensar en el precio de los alimentos, los libros, la ropa o un litro de leche durante mucho tiempo. El propio Trump heredó 413 millones de dólares, y sus principales asesores económicos son financieros extraordinariamente ricos. Se dice que Bessent tiene una fortuna de más de 521 millones de dólares, y el secretario de Comercio, Howard Lutnick, de más de 2,000 millones de dólares.Incluso cuando la administración reconoce los desafíos que plantean los aranceles, refleja la perspectiva de la industria, no de los consumidores. Trump eximió a los teléfonos inteligentes, las computadoras y otros dispositivos electrónicos porque los directores ejecutivos de las grandes tecnológicas plantearon objeciones, y apenas mencionó a los hogares estadounidenses que dependen de portátiles y tabletas importadas a precios asequibles para trabajar y estudiar. Si se imponen aranceles a estos productos, tecnologías clave se volverán inasequibles para muchos estadounidenses.Esto no significa que los empresarios exitosos no deban trabajar en el gobierno. Contar con legisladores con experiencia práctica y que conozcan el funcionamiento interno de los mercados financieros ofrece muchos beneficios. Sin embargo, estas credenciales no deben ir en detrimento de la empatía hacia la gente común. Los estadounidenses necesitan líderes que sepan cuánto cuestan las necesidades básicas y que comprendan el impacto de un aumento de precios en su vida diaria. Mientras Trump y su gabinete negocian con sus socios comerciales, deben tener presentes a estos estadounidenses.El autor
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