Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
Cádiz (1973) Redactor y editor especializado en tecnología. Escribiendo profesionalmente desde 2017 para medios y blogs en español.
Las redes sociales se han convertido en el diario visual de nuestros viajes. Basta con abrir Instagram para ver playas paradisíacas, comidas exóticas y piernas bronceadas con el mar de fondo. Pero detrás de cada historia o selfie puede esconderse un riesgo que muchos ignoran, el *oversharing*. El término no es nuevo, pero toma un significado especial cuando nos vamos de vacaciones. Es fácil dejarse llevar por la emoción y las ganas de mostrar al mundo lo bien que lo estamos pasando. El problema es que, al hacerlo, a menudo exponemos más de lo necesario.
El *oversharing* consiste, básicamente, en compartir demasiada información. Puede que no suene grave a primera vista, pero pensemos en esto: ¿realmente hace falta publicar la foto del billete de avión con todos los datos visibles? ¿O contar cuántos días estarás fuera y con quién? Esa mezcla de espontaneidad y exceso de confianza puede acabar siendo la pista perfecta para alguien con malas intenciones.
Y no hablo solo de robos. En vacaciones, también se tiende a relajar el control sobre la privacidad de nuestras publicaciones. Muchas veces se olvida revisar quién puede ver nuestras historias o si estamos compartiendo algo desde una cuenta pública. Un vídeo divertido desde el chiringuito puede convertirse en viral por las razones equivocadas, o bien abrir la puerta a comentarios no deseados.
Vivimos en una cultura donde compartir se ha convertido en casi una obligación. Si no lo subes, parece que no ha pasado. Pero en vacaciones, ese impulso puede llevarnos a cruzar límites sin darnos cuenta. A veces es una foto en traje de baño con un fondo demasiado reconocible, otras una conversación familiar grabada y subida sin pensar en cómo puede afectar a otras personas. Lo que para uno es una anécdota de verano, para otro puede ser una intromisión en su intimidad.
Además, no todo el mundo tiene las mismas intenciones al mirar tus publicaciones. Algunos lo hacen con admiración o cariño. Otros, simplemente por curiosidad. Y algunos, con intenciones más oportunistas. Dar detalles sobre tus planes, tus hijos, tus horarios o tus pertenencias es abrir una puerta innecesaria.
Hay otra consecuencia del *oversharing* que a menudo se pasa por alto, impide desconectar. Si estás pendiente de subir la mejor foto, de editarla, de responder comentarios y acumular likes, ¿cuánto estás disfrutando realmente del momento? Las vacaciones deberían ser un espacio de descanso, no una pasarela permanente.
El mejor filtro no es el de Instagram, sino el sentido común. Antes de publicar, conviene preguntarse: ¿esto lo contaría igual en una conversación cara a cara con alguien que apenas conozco? Si la respuesta es no, probablemente tampoco debería estar en redes.
No es que debamos dejar de compartir por completo, pero hacerlo con cabeza es más necesario que nunca. Y si hay un momento ideal para ponerlo en práctica, es precisamente durante las vacaciones, que para muchos empiezan en breve. No por esconderse, sino por proteger lo que más valor tiene, nuestro tiempo, nuestra privacidad y nuestra tranquilidad.
Agregar Comentario