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En medio de los riesgos de residir territorialmente junto a un vecino desmoronado y afligido por el cáncer de bandas descontroladas, se echa en falta desde este lado de la frontera la totalidad de acciones de las autoridades contra la entrada ilegal al país de personas y de mercancías sospechosas, mientras se pasa por alto el objetivo de involucrar a toda la región fronteriza en un proceso integral de desarrollo humano y material, y no que las inversiones públicas estén centradas en un solo lugar por su importancia para el turismo regional. La aptitud y las condiciones naturales para la industria sin chimeneas son, por esos lares, exclusivas de Pedernales. Lo demás es dominio del conflicto y de la agricultura de subsistencia, ahora con menos agua –debido al robo hídrico de los haitianos que secuestran el río Masacre– y de los contrabandistas de marihuana, cigarrillos y armas que han llevado a sangrientos pandilleros que además cruzan hacia aquí con intenciones ocultas e incluso con permisos “especiales” de funcionarios “adecuados”. Se presume que la emisión de visas está suspendida y que los traficantes de inmigrantes ya no se manifiestan por esos alrededores. ¿Qué porvenir les espera a las provincias Independencia, Elías Piña, Dajabón y Montecristi, parcialmente asistidas con proyectos que no impactan en su demografía, ni en las de otras cercanas en ese sur opacado por limitados fondos presupuestarios para superar el retraso? ¿Cómo se explica que los arrestos, a veces masivos, de extranjeros haitianos que no estaban sometidos a control de entrada y las confiscaciones constantes de cargamentos de cigarrillos contrabandeados solo ocurran en trayectos carreteros hacia sus destinos finales dentro del país? Afirmar que la frontera es una simulación (o un colador con agujeros) que posibilitó establecer una comunidad foránea con dimensiones inesperadas sigue sin ser desmentido por los hechos. No consta que el traslado considerable de tropas hacia esos límites fortaleció el tan necesario principio de autoridad.
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