Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
“No quiero a mi mamá, ella es la culpable de que tenga esta nariz de bolita que me afea y me da vergüenza”. “Siempre he sido chata, pero casi todas mis amigas tienen buenas pompas. Decidí que eso no podía seguir así, busqué un especialista y al primero que encontré decidí hacerme la cirugía, ¡y vea usted cómo quedé! De ahí en adelante yo no he sido persona”. “Me hice la lipo porque esa panza no se bajaba, fui ilusionada a hacérmela, pero las cosas no salieron bien; míreme usted, tengo cicatrices por todas partes ¡Estoy viva de milagro!”. Estos amigos lectores son ejemplos de lo que puede ocurrir en personas que presentan Trastorno Dismórfico Corporal (TDC), una enfermedad mental donde no se puede dejar de pensar en uno o más defectos percibidos en la apariencia, que puede no ser apreciado por los demás. La persona se revisa constantemente en el espejo, el defecto percibido y los comportamientos repetitivos causan un sufrimiento emocional significativo y afectan la capacidad para enfrentar el diario vivir. Afecta aproximadamente al 2% de la población general, pero su prevalencia puede ser hasta 15 veces mayor entre quienes buscan cirugía estética. La cirugía estética, un conjunto de procedimientos quirúrgicos destinados a mejorar la apariencia física, ha experimentado un notable incremento a nivel mundial en las últimas décadas; según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética, en 2022 se realizaron más de 30 millones de procedimientos estéticos, siendo los más frecuentes: liposucción, aumento de senos y glúteos, blefaroplastia y rinoplastia. Diversas investigaciones han establecido un vínculo entre baja autoestima, insatisfacción corporal y la búsqueda de cirugía estética. Personas con autoestima baja tienden a idealizar la cirugía como una solución mágica a problemas emocionales, sin considerar que el malestar puede persistir tras la operación. En lugar de resolver la raíz del problema, muchas veces se traslada la preocupación a otra parte del cuerpo, creando un ciclo de insatisfacción continua. Desde el punto de vista de la salud mental, los efectos negativos más significativos pueden incluir depresión postoperatoria, ansiedad, TDC, dependencia psicológica de los procedimientos y frustración por resultados no esperados. Es crucial que los profesionales evalúen la estabilidad emocional del paciente antes de una intervención estética, ya que la cirugía no reemplaza un proceso psicoterapéutico. Entre los beneficios de la cirugía estética se encuentran: aumento de la autoestima, mejora de la imagen corporal y la percepción de mayor aceptación social. Algunos estudios han demostrado que puede contribuir a reducir síntomas de ansiedad y depresión relacionados con el TDC. En personas que han sufrido accidentes o malformaciones congénitas puede tener un impacto positivo profundo, restaurando funciones y mejorando la calidad de vida. Sin embargo, cuando se convierte en una práctica compulsiva, los riesgos superan los beneficios. El uso excesivo puede derivar en complicaciones físicas como infecciones, cicatrices anómalas, problemas respiratorios (en la rinoplastia), contracturas capsulares (en aumento de senos). Además, existe el riesgo de generar una dependencia psicológica hacia los procedimientos, buscando una perfección inalcanzable. La cirugía estética puede ser una herramienta valiosa cuando se realiza con fines reconstructivos o de mejora moderada de la apariencia física. No obstante, cuando se convierte en una forma de evadir conflictos emocionales o de responder a presiones externas, puede acarrear consecuencias negativas tanto físicas como psicológicas. Fomentar la autoaceptación y un enfoque integral de la salud mental es esencial para que cualquier intervención estética contribuya realmente al bienestar del individuo.
Agregar Comentario