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La casa de Allariz no era del todo una casa. Se asemejaba más a un cobertizo habitable los fines de semana, a la distancia idónea de la ciudad, donde uno empieza a olvidar.
Yo para olvidarte tuve que marchar mucho más lejos.
En la casa de Allariz no había mucho que hacer durante el mes de agosto. Lo sabía bien Andrea, que ya había aceptado las limitaciones de pasar el verano en el cobertizo: un río, tres patos. Jugar a solas a las carreras. Y nada más.
Andrea, muchos años después, decidió reformar el cobertizo de Allariz para que se pareciese a una casa de fin de semana. Tiró todos los muebles, toda la vajilla, y al desmontar el armario del dormitorio que iba casi del suelo al techo la vio allí.
María Pilar, nombre de pila de su madre, que había prohibido tajantemente que la llamasen Maripili, no tenía mucho mundo. Nunca había viajado en avión y pensaba que LGTBQI era un programa de televisión. Pero, como todas las madres, era mucho más observadora de lo que los hijos solemos creer. ¿A quién queremos engañar?, nadie vomita porque una cerveza le siente mal.
Invadió la pena a María Pilar al observar cómo Andrea era incapaz de vencerse a sí misma corriendo de un árbol a otro, porque no tenía a nadie más con quien competir.
La pena, algunas veces, reside en la alfombra del salón de casa.
Decidió comprarle una Game Boy Advance, y un juego de esos de Pinball de Pokemon, que era una cosa, como ella decía, de bichos de colores que se daban sopapos.
Pero en realidad solo era un simple juego de pinball.
Andrea jugaba con su torpe coordinación de niña. Pero su destreza estaba aún en formación. Las fases más difíciles se las pasaba su madre, que aunque no era muy jugadora, tenía una extraña habilidad inexplicable para el pinball. Y para obsesionarse con las cosas.
La adicción al pinball fue tal que MariPili tuvo que esconderlo, ya no de Andrea, sino de sí misma. La adicción era tal que un día comieron lasaña congelada.
Pecado mortal en la familia Perales.
Decidió atar la consola a un cordel dejando el aparato colgando tras el armario grande del dormitorio que iba casi de techo a suelo, y accediendo a ella con solo tirar del extremo que quedaba a la vista.
A su hija le dijo que el videojuego se había estropeado.
A escondidas, por las noches, consiguió MariPili casi terminar el juego, final que dejó preparado con pilas nuevas para un domingo. La casa en silencio, solo interrumpido por sus pasos a hurtadillas. Tiró del extremo del cordel y, por culpa de la humedad, se partió de golpe. El corazón roto y el esfuerzo inútil.
Vacío, derrota, rendición.
Andrea, muchos años después, decidió reformar el cobertizo de Allariz para que se pareciese a una casa de fin de semana. Tiró todos los muebles, toda la vajilla, y al desmontar el armario del dormitorio que iba casi del suelo al techo la vio allí.
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