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El amor se manifiesta en su máxima expresión, en el servicio inmaculado de la madre. Quien no solo guarda la vida embrionaria del hijo en su vientre, sino que a través del cordón umbilical permanece per se, trascendiendo los límites del tiempo.
Usualmente se concibe que en el ámbito humano, el amor tiene su base o asiento en el corazón. Y podría deducirse que sí; puesto que es en el corazón donde reside activo Cristo, Hijo del Todopoderoso Creador, Dios.
Sin embargo, es apropiado señalar que el amor se irradia desde el centro del corazón con destellos resplandecientes, envolviendo toda el aura de la organización humana, haciéndola brillante, atrayente, compasiva, para darse y entregarse sin esperar nada a cambio.
El amor se manifiesta en su máxima expresión en el servicio inmaculado de la madre. Quien no solo guarda la vida embrionaria del hijo en su vientre, sino que a través del cordón umbilical permanece per se, trascendiendo los límites del tiempo.
El fluido del amor, como esencia divina, nutre, alimenta y mantiene activo al hijo gestado en el vientre del alma por siempre, sin desvanecer ni alterar su esencia de entrega y abnegación.
Es por esto que el Aspecto Femenino de Dios se manifestó en la mujer que, en complicidad para expandir su creación de vida, la creó como el instrumento más sutil, para con amor y servicio inmaculado orquestar la más sublime sinfonía de vida.
Salve Oh Madre, la que no tiene horario para velar el desarrollo del hijo. La que no teme al contagio por enfermedad, la que abriga con el calor de unos brazos siempre listos para acunar. La que es capaz de dar su vida para salvar la del hijo. A ti mujer sea el gozo de la Gloria de Dios. Bendita por siempre seas.
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