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WASHINGTON — El flúor se incorporó al agua potable en 1945. La vacuna contra la gripe se puso a disposición del público en general un año más tarde.
Hace mucho tiempo, estas innovaciones fueron aceptadas por la mayor parte de los estadounidenses, quienes confiaban en ellas o les prestaban poca atención. Así fue hasta que el expresidente Donald J. Trump y su equipo comenzaron a desmantelar sistemáticamente prácticas generalizadas y a desmantelar instituciones establecidas.
No debería sorprender que Trump intente deshacer gran parte de lo que hizo el Presidente Joseph R. Biden Jr. en los últimos cuatro años. Lo sorprendente es cuánto intenta deshacer cambios ocurridos años, e incluso décadas, atrás.
Trump se ha esforzado por revertir la globalización y el internacionalismo que han definido el liderazgo de Estados Unidos en todo el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Pero incluso en asuntos menos trascendentes, se ha hecho evidente que Trump, de 79 años, prefiere las cosas como las recuerda de su juventud, o incluso antes.
Ha dejado claro que desea regresar a una época en la que las instalaciones militares llevaban el nombre de generales confederados, en lugar de líderes de los derechos de los homosexuales; cuando el carbón era la energía principal y no existían los molinos de viento; cuando no había tantos inmigrantes; cuando no se disuadía a los policías de ser duros con los sospechosos; cuando la diversidad no era un objetivo en la contratación, la admisión a la universidad ni en casi ningún otro ámbito. En junio, Trump propuso volver a llamar al jefe del Departamento de Defensa de EE. UU. “Secretario de Guerra”, un título retirado en 1947, en lugar de Secretario de Defensa, un término que desestimó como “políticamente correcto”.
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