Vuelo del pájaro “Félix” del fango a la redención

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Félix Villalona es un claro ejemplo de una vida cambiada para servir.

La principal presentación del pastor evangélico Félix Villalona es la siguiente: “Tengo 57 años. Durante siete años pertenecí a una secta satánica, donde “oficialicé”, porque antes invocaba a los demonios en mi casa, junto con la pareja embarazada de nuestra hija. Esto destrozó mi hogar y terminé en la indigencia, en la calle y, más tarde, en la congregación que adora a Satanás”.

El relato completo culmina con los pasos que lo condujeron a un nuevo rumbo, el de la redención y el de ayudar a su prójimo a no caer en ninguna carga, o a salir de ella.

Lo hace a través de su testimonio, un certificado de unción, con conferencias dentro y fuera del país y con la autobiografía “Contra qué luchamos”, disponible en Amazon.

El tiempo en esas otras andanzas marcó su alma, la confundió y envileció, y estampó su cuerpo; múltiples tatuajes lo sellan. No reniega de esas pinturas, las exhibe como prueba de que anduvo por ese camino, pero ya no más, de que es un hombre nuevo, un orientador de espíritus a los que busca convencer de que hay un agua que sacia para siempre.

Convivió en ese grupo desde 1997 hasta 2004. Servían a Satán desde el satanismo teísta, tal como lo describe la Biblia, ejemplo del mal y, como sus discípulos, eso debían promover y practicar, la maldad en una amplia diversidad de aspectos.

Su misión era destruir templos cristianos y lo ejecutaba: lanzaba heces fecales, robaba hostias consagradas sobre las que eyaculaba y maldecía, predicaba contra los principios bíblicos, violaba cadáveres, robó un cráneo de un cementerio, al que nombró Sonia y la invocaba.

“Cada vez venían más jóvenes, pero los cultos reunían solo a siete personas. Eran martes y jueves y en fechas especiales como martes y viernes 13, al aire libre (en un monte)”. Narra esta etapa sombría y lamenta los esfuerzos que invirtió en atraer adeptos, cuando podía hacerlo para Jehová, como ahora.

Primero pasó un período de siete años, como un mensaje divino, con el siete como número de perfección, para afinarlo, templarlo para la tarea que venía.

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La muerte de su padre fue un golpe duro. Lo vio regresar a pedirle que lo acompañara. Para complacerlo, ingirió un raticida que no pudo quitarle la vida. Asegura que esa visión era un demonio, ya que su padre jamás lo dañaría.

Ese día abrazó el evangelio y, por hacerlo, el líder de su secta mandó a un sicario a matarlo, pero falló y mató a otra persona. Hoy, ese homicida, Elvis Moreno, pastorea una iglesia en Los Guaricanos, Santo Domingo Norte, donde vive Villalona y le confesó la trama. Cree que así obra Dios.