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“La libertad es tanto la meta del desarrollo como su camino”. Esta frase, tan sencilla como contundente, resume la esencia del pensamiento del economista y filósofo indio Amartya Kumar Sen en su reconocida obra Development as Freedom. En esa línea, la educación no es solo un derecho o un servicio público: es una libertad en sí misma y un motor de muchas otras.
En Development as Freedom, Sen (1998) plantea que el verdadero desarrollo no radica únicamente en el crecimiento económico, sino en ampliar las libertades reales de las personas. En este contexto, la educación técnica superior (ETS) — frecuentemente menospreciada y muy poco conocida — se revela como uno de los instrumentos más potentes para impulsar el desarrollo sociocognitivo y, además, tiene la capacidad de liberar a miles de jóvenes de la pobreza, la dependencia económica y la exclusión social.
La ETS no solo prepara para el trabajo; es una herramienta que genera capacidades para poder elegir, y el poder elegir es el mayor indicador de libertad según el propio Sen. La ETS permite a jóvenes talentosos y de entornos vulnerables acceder a empleos dignos y mejor remunerados, mejorar su calidad de vida y, sobre todo, romper ciclos intergeneracionales de pobreza y exclusión. Cada estudiante técnico superior que se gradúa con un título y una competencia certificada es una persona con más libertades para elegir su futuro, no solo para sobrevivir, sino para vivirlo plenamente.
Sen advierte que las privaciones de libertad pueden ser tanto consecuencia como causa de la pobreza. Cuando a un joven se le niega el acceso a formación técnica de calidad, se le está negando también la posibilidad de participar activamente en la economía, de innovar, de emprender y de construir ciudadanía. Por el contrario, cuando el Estado invierte en educación técnica, está invirtiendo en el desarrollo de las capacidades productivas, sociales y humanas de su gente.
La educación técnica superior tiene además una ventaja clave sobre los grados: es rápida, práctica y transformadora. Mientras otros modelos educativos tardan años en generar retornos, la ETS ofrece una vía inmediata a la empleabilidad, especialmente en sectores estratégicos para el desarrollo como tecnología, salud, energía, construcción o servicios logísticos. Esta característica convierte a la ETS en una de las políticas públicas más costo-eficientes para ampliar las oportunidades de nuestros jóvenes.
Pero para que sea verdaderamente liberadora, esta educación debe ser de la más alta calidad, digna, pertinente, accesible y acorde a la demanda del sector productivo nacional (o transfronteriza en algunos casos). No basta con abrir más plazas: hace falta infraestructura adecuada, laboratorios modernos y bien equipados, docentes capacitados, vínculos con el sector productivo y, sobre todo, una narrativa diferente. No es una “segunda opción” ni un “plan B” para quienes no lograron ingresar a la universidad en busca de un título de grado. Es un camino legítimo, poderoso y estratégico hacia la autonomía personal y el desarrollo del tejido productivo nacional.
En América Latina y el Caribe, países como México, Brasil, Colombia y Chile han demostrado que una educación técnica bien diseñada puede elevar a millones de personas a nuevas plataformas de libertad económica y social. Sin mencionar el caso estadounidense, donde la ETS desempeñó un papel crucial como motor impulsor del desarrollo en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. En República Dominicana, aún estamos construyendo ese camino. El desafío es urgente y claro: convertir parte de nuestra estructura académica en motores de movilidad social, innovación y ciudadanía a través de la ETS.
Sen diría que una sociedad es verdaderamente libre cuando cada individuo tiene la capacidad real de vivir la vida que valora. Si queremos eso para nuestra gente, la ETS debe dejar de ser vista como una solución temporal y asumirse como una política estructural de expansión de las libertades y de la dignidad humana.
Invertir en ella no solo reduce el desempleo: ¡expande las libertades y la esperanza!
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