Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
Aumentar significativamente la capacitación de la mano de obra dominicana para tareas tecnológicas de mayor valor añadido, superando la empleabilidad que brindan la mayoría de los empleos en las zonas francas, representa un gran reto en la actualidad. El tiempo apremia para esta nación con una población juvenil en crecimiento, una alta tasa de desempleo y un sistema educativo cuestionado por su calidad y poca orientación para cubrir la demanda de capital humano en los nuevos perfiles del desarrollo industrial. La automatización, impulsada por la inteligencia artificial, está destrozando las tareas simples y repetitivas, un mal presagio para las manufacturas textiles en naves industriales, que siguen siendo un pilar de la economía local gracias a la inversión extranjera. Esta “capacidad” para incrementar las exportaciones podría estar llegando a su fin. Un estudio financiado por el propio Estado dominicano ya lo advierte: el modelo de estas plantas, basado en exenciones fiscales y bajos salarios para operarios con alfabetización básica, está destinado a no retener ni atraer capital en el futuro próximo.
Ya es hora de dejar de incentivar la creación de empleos para trabajadores con sueldos de 18 mil pesos mensuales, y de impulsar colocaciones en turismo e industrias secundarias, cuando el mundo evoluciona hacia la necesidad de recursos humanos altamente competitivos. El Gobierno implementó correctamente el decreto 324-24 el año pasado para fomentar inversiones específicas (con algunas ya en curso, pero insuficientes) con el fin de depender menos del ensamblaje y la maquila de materias primas para la reexportación. El país todavía se encuentra rezagado en innovación y débilmente enfocado en la producción de dispositivos electrónicos futuristas. Dos países vecinos (El Salvador y Guatemala) han superado a República Dominicana, ofreciendo al empresariado vanguardista global centros tecnológicos que se alejan de los costos insignificantes en los que se ha centrado el país para mantener la imagen de una nación basada excesivamente en su capacidad de fabricar bienes con una mano de obra devaluada y con una pobreza tecnológica generalizada.
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