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No era habitual que ella asistiera a ese local, pero aquella noche aceptó la invitación de una amiga que festejaba su cumpleaños. Fue una decisión que le alteró la existencia.
Ana María Ramírez logró sobrevivir al derrumbe de la icónica discoteca Jet Set, famosa por ser cuna de merengueros y de noches de juerga, en la madrugada del martes 8 de abril, a las 12:44.
No era costumbre que ella se acercara a ese sitio, sin embargo, aquella noche accedió a la propuesta de una amiga que celebraba su cumpleaños. Aquella elección cambió su vida por completo.
Entre gritos y música, el techo empezó a colapsar. Los escombros la cubrieron de los pies hasta la cintura, pero ella logró sobrevivir. Su amiga Pierima Noguera, venezolana de 39 años, no tuvo la misma fortuna y falleció en el instante.
«Lamentablemente, lo recuerdo todo. No perdí el conocimiento en ningún momento. Recuerdo desde que cayó el primer trozo del techo, el segundo y, finalmente, cuando nos cayó encima», declaró Ana María, secándose las lágrimas con una servilleta que apretaba como si fuera un salvavidas.
Permaneció atrapada tres horas, hasta que un grupo de voluntarios la extrajo de los restos.
Las lesiones fueron graves: síndrome de aplastamiento con rabdomiolisis, complicaciones renales y parálisis facial tras haber impactado de cara.
«No podía caminar. Tuve que reaprender a hacerlo, porque había olvidado el proceso», recordó durante la misa que, cada mes, celebra el padre Rogelio Cruz en honor a las víctimas.
Cicatrices invisibles
Hoy, a cinco meses del siniestro, su cuerpo parece haber sanado, pero la piel no refleja lo que acontece en su interior.
Ana no logra conciliar el sueño sin medicación y aún no ha recuperado el apetito.
«He trabajado para poder restablecerme físicamente y estar como estoy ahora», comentó mientras se ajustaba los lentes, empañados por el llanto.
Aunque se esfuerza por seguir adelante, el recuerdo la persigue cada madrugada. La imagen de su amiga fallecida, la certeza de haber bailado con la muerte y la impotencia de no ver justicia la pesan como una losa imposible de levantar.
El proceso judicial
«Los hermanos Espaillat (Maribel y Antonio) se están saliendo con la suya», aseguró, convencida de que la vía judicial no ha atendido el sufrimiento de quienes perdieron a sus seres queridos.
A cinco meses del colapso, la discoteca Jet Set se presenta como un cementerio sin flores. Apenas unas fotografías resisten en las paredes semidestruídas, mientras bajo una carpa improvisada, un reducido grupo de familiares se aferra a la oración.
De la mano y en fila, los sobrevivientes y dolientes escuchan la prédica del padre Rogelio Cruz. La música cristiana envuelve el silencio y los restos se transforman en un altar improvisado de memoria y reclamo.
Allí, Ana María inclina la cabeza, aprieta sus manos y evoca la voz de su amiga Pierima riendo pocas horas antes de morir. Ella sobrevivió, pero con la carga de saber que nunca volverá a oír esa risa.
El cuerpo de Ana María emergió de los escombros, pero su vida quedó atrapada allí, entre los muros derrumbados del Jet Set.
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