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ATLANTA, EE. UU. – Tras una larga espera, la Asamblea General de la ONU aprobó con 142 votos a favor y 10 en contra el plan llamado “Declaración de Nueva York”, que pretende revivir la solución de dos Estados para la independencia palestina, una propuesta que lleva mucho tiempo inactiva.
Muchos analistas la ven como una iniciativa bienvenida para poner fin al proyecto colonial de Israel en Palestina, que ya lleva un siglo en marcha. La declaración fue impulsada por Francia, Arabia Saudí, el Reino Unido, Canadá y varios demás países como medio para crear un Estado palestino en la margen occidental del río Jordán.
Sin embargo, resulta ser un engaño cruel.
El año pasado la Asamblea General de la ONU exigió a Israel que cesara sus llamadas “operaciones de seguridad” en Gaza antes de que terminara septiembre de 2025. Israel ha ignorado ese plazo y no muestra intención de respetarlo.
Es improbable que se produzca una verdadera paz en Palestina, aun con el abrumador voto favorable de la Asamblea. ¿Por qué? Porque el establecimiento de un Estado ficticio en Palestina no constituye un Estado real y, por tanto, no soluciona el conflicto.
Los astutos dirigentes de este bloque de naciones, mayormente aparentando buena fe, han hallado una forma – ante la ausencia de un plan realista para frenar a Israel – de simplemente postergar la paz. Eso, sin embargo, no implica que la solución se materialice.
Quizá la medida busca aliviar el sufrimiento palestino y frenar la constante violación de los derechos humanos y políticos por parte de Israel, pero no logrará prolongar un “proceso de paz” que ya lleva décadas y ha fracasado estrepitosamente.
El llamado proceso de Oslo duró 30 años y la paz está ahora más distante que nunca. (Ese proceso, entre Israel y la Organización de Liberación Palestina, tuvo su pico en los años 90, generó acuerdos y negociaciones de paz, mayormente en secreto, que permitieron la creación de un gobierno autónomo palestino. Pero terminó en el año 2000).
O hay paz, o no la hay. No puede ser simplemente un proceso. Aunque las negociaciones postconflicto pueden ser extensas y tediosas, si las intenciones son genuinas basta un breve lapso para definir y esbozar un acuerdo. Cualquier pacto significativo, sea entre personas o naciones, requiere una declaración clara de objetivos y el respeto a los principios de igualdad y justicia.
No obstante, pese a las reiteradas declaraciones del secretario general de la ONU, António Guterres, de que la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania es ilegal bajo el derecho internacional y debe cesar, y de que bombardear a civiles es ilícito y debe detenerse, la coalición de países que ahora respalda la “Declaración de Nueva York” no está aplicando honestamente esas normas.
Ninguna de las grandes potencias que participan en esta última iniciativa exige a Israel que se retire de Gaza y Cisjordania, y mucho menos que detenga de inmediato el genocidio. ¿Por qué?
La intención de esta maniobra diplomática liderada por Francia, Reino Unido, Canadá y otros estados es eludir esas demandas urgentes, no cumplirlas.
De hecho, si la votación de la ONU consigue que Israel suspenda temporalmente el bombardeo de los desamparados civiles de Gaza, el mundo podrá observar un gran alboroto en torno a un “proceso de paz” para Palestina que podría prolongarse años, pero que en realidad dejará de lado las exigencias iniciales de la resolución de la Asamblea General del 12 de septiembre.
Ese parece ser el objetivo de la iniciativa, por muy sinceros que parezcan el presidente francés Emmanuel Macron y los demás.
La amenaza del primer ministro británico Keir Starmer de reconocer un Estado palestino en septiembre suena vacía y persigue el mismo fin: desviar la atención de las demandas de la Asamblea General de la ONU mediante la firma de un “proceso” que nunca concluirá.
Resulta fácil imaginar que, como Lucy en la tira “Peanuts”, retirará la pelota en el último instante, dejando a Palestina en la misma posición que Charlie Brown, tirado al suelo.
Crear un Estado virtual, no real, es jugar al juego del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Las naciones clave que encabezan el acuerdo no han calificado las acciones de Israel en Gaza como genocidio, como correspondería, ni han exigido el cese inmediato de los asesinatos y del hambre.
Tampoco los tres mayores proveedores militares – Alemania, Reino Unido y Francia – han dejado de enviar armas y componentes de apoyo técnico a Israel.
¿Y para qué? No para promover la justicia o la humanidad, ni mucho menos los derechos políticos de los palestinos, sino para guiar sutilmente a la comunidad internacional hacia la aceptación del genocidio israelí en Gaza y su dominio militar en todo Oriente Medio.
Se imagina que los países de Oriente Medio, encabezados por el polémico príncipe heredero de Arabia Saudí, Muhammad bin Salman (MBS), permitirán a las potencias occidentales consolidar la hegemonía militar de Israel en Gaza y Cisjordania.
La visión defendida por estos países líderes no obliga a Israel a rendir cuentas por su genocidio en Gaza ni por su control de facto de Cisjordania.
De concretarse, el pueblo palestino quedará simplemente como “leñadores y aguadores”, según la metáfora bíblica, bajo el triunfal paraguas militar de Israel sobre la región.
Arabia Saudí y los estados del Golfo podrán seguir obteniendo ganancias, mientras EE. UU. financiará la reconstrucción de Gaza. El mundo podrá presenciar un gran alboroto en torno al “proceso de paz” en los próximos meses, que dejará de lado las exigencias fundamentales de las resoluciones de la Asamblea General.
Lo que ocurrirá con la población de Gaza queda fuera de los cálculos. Manténganse alertas. Presten atención. Se trata de un engaño cruel.
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