Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
El reality “La Casa de Alofoke”, que culminó con gran acogida hace apenas unos días, no ha sido más que una espectacularización que funciona como espejo de gran parte de la sociedad dominicana: un espacio donde se entretuvo a la mayoría, pero se aportó poco al fortalecimiento cultural y educativo.
El éxito de “La Casa” radica en captar lo que la gente desea consumir, aunque sea superficial, vano y torpe. La sociedad actual mezcla información con entretenimiento, de modo que muchos prefieren lo que les divierte antes que lo que les desafía intelectualmente; pero hay que señalar que esta no es una culpa exclusiva del individuo, sino del Estado. Hemos creado una sociedad carente de estímulos educativos, pues, a juzgar por la realidad que hoy exhibimos, nuestro sistema educativo no forma a las personas para cuestionar, ahondar y valorar el conocimiento. Un dato coherente con varios estudios, como el de WordVision, que indica que solo el 28,57 % de los estudiantes dominicanos lee y comprende un texto sencillo. Esto favorece que lo banal se privilegie sobre lo formativo.
El fenómeno de “La Casa de Alofoke” puede interpretarse como un ejemplo de conexión directa con las audiencias: escucha activa, identificación con las demandas del público y capacidad de generar conversación alrededor de sus intereses.
Esa cercanía le ha conferido legitimidad y éxito en un mercado saturado, porque comprende lo que la gente quiere y se lo entrega sin filtros ni burocracia.
En contraste, el PRM, pese a ser el partido que aún representa la alternancia, ha empezado a mostrar los mismos vicios que desgastaron a las organizaciones tradicionales: no atender con la suficiente seriedad las demandas ciudadanas, autolesionarse a causa de aspiraciones prematuras de políticos a los que poco les importa el futuro del partido siempre que les sirva “avanzar”, y finalmente creer que, al dañar al compañero que está frente a ellos, pueden llegar más rápido a la meta, pues la oposición hace poco mientras los perremeístas se autodestruyen internamente.
En la historia de los partidos políticos dominicanos, son los propios partidos exitosos los que terminan poniendo fin a su éxito a causa de la guerra de egos, la ambición y la insensatez propias de la intoxicación del poder.
Por eso, mientras Alofoke consolida una narrativa fresca que se percibe como representativa, el PRM parece caminar hacia un envejecimiento político prematuro que ha hecho que este primer año de segunda gestión de Luis Abinader tenga un ambiente propio de un año preelectoral, no tanto por la presión de la oposición, sino por la capacidad de los propios perremeístas de hacerse daño entre sí.
En lugar de cuidar su capital político y fortalecer la confianza ciudadana, reproducen la lógica de que debilitando al compañero se avanza más rápido, cuando en realidad lo que hacen es acelerar el deterioro de su propio partido.
El resultado es un partido que, a pesar de haber llegado al poder con un amplio respaldo popular aprovechando una coyuntura de cambio, se tambalea internamente. El presidente Luis Abinader intenta gobernar con seriedad y responsabilidad, pero su mayor oposición no proviene del exterior.
Si Alofoke entretiene porque responde al apetito popular, el PRM se desgasta porque no comprende que la sociedad también demanda otra cosa de sus políticos: autenticidad, coherencia, resultados. La gente ya no se conforma con los viejos vicios de la política.
La gran paradoja es que, mientras un programa logra audiencia con ligereza, un partido que debería sostener la esperanza de cambio se convierte en un espectáculo que ni entretiene ni transforma. Y si no corrigen el rumbo, el destino del PRM será el mismo que el de tantos otros: fracasar por no haber entendido a tiempo el cambio que el pueblo quiere.
Agregar Comentario