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Bauman y la sociedad fluida

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Las sociedades actuales se presentan flexibles, cambiantes, menos rígidas y sólidas; se desplazan al ritmo de giros y corrientes inesperadas, y eso debería invitarnos a la reflexión.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Las sociedades actuales se presentan flexibles, cambiantes, menos rígidas y sólidas; se desplazan al ritmo de giros y corrientes inesperadas, y eso debería invitarnos a la reflexión.

De esa premisa surge el enfoque analítico del sociólogo y filósofo polaco‑británico Zygmunt Bauman sobre la “sociedad líquida”.

La mentalidad y la cultura de los pueblos en el siglo presente se ha ido configurando a partir de tendencias tecnológicas como la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología, la biotecnología y las ciencias de la vida, la realidad extendida, la conectividad y las redes emergentes, así como la bioseguridad, que nos brindan una nueva visión del ecosistema que conocíamos.

Resulta paradójico que, por un lado, el vertiginoso avance tecnológico genera una simplificación de procesos, y, por el otro, mientras más información y evidencia disponemos, menos consistencia y estabilidad aparecen en nuestros criterios, deseos y preferencias.

El origen de los conceptos de Bauman

A comienzos del milenio, Zygmunt Bauman publicó una obra fundamental titulada *Modernidad líquida*, donde expone con claridad muchas de las estructuras modernas que aún persisten, aunque pierden su rigidez y “solidez”. Bauman emplea la metáfora de la liquidez para describir lo inestable, lo mutable, lo que tiende a transformarse con rapidez.

Instituciones, relaciones sociales, compromisos, identidades, normas: todo eso “se funde” en cierta medida bajo la presión del cambio continuo.

Según este análisis, la evidencia más visible son las organizaciones sociales que antes se consideraban estables, como la familia, el empleo vitalicio, la rutina dentro de la comunidad, etc. Bauman afirma: “Vivimos en un mundo de expectativas inestables”; siempre hay una presión para adaptarse y mantenerse al día. Las instituciones sociales ejercen menos control; la imprevisibilidad y la sorpresa se vuelven más habituales.

En síntesis, la obra plantea que muchos de los conceptos modernos que dominábamos con precisión –redes de amigos, lazos laborales, lealtades religiosas, vocaciones políticas, apego a valores tecnológicos– siguen operando, pero como “zombis”: presentes, pero carentes de estabilidad.

Un acontecimiento que ejemplifica la noción de sociedad líquida es, inevitablemente, la transformación conductual provocada entre el descubrimiento de la televisión y su vínculo actual con el streaming.

De la tele al streaming

Desde los primeros intentos de lograr una transmisión fiable de imagen y sonido a mediados de los años treinta en el Reino Unido, hasta hoy, la televisión fue, antes de la revolución de Internet, el medio por excelencia de millones de personas en el planeta.

Décadas tras la Segunda Guerra Mundial, la televisión evolucionó, amplió su alcance y diversificó su programación, generando una constante competencia por la audiencia.

Con la aparición del video on demand, a comienzos del presente siglo, en clara desafía a los modelos previos, los gigantes tecnológicos acapararon la atención y, consecuentemente, el mercado.

Lo curioso de este paso de la tele al streaming es que observamos cómo la generación actual adopta un comportamiento líquido, alterando gustos e intereses y trasladando su foco con sorprendente facilidad de un punto a otro, sin seguir patrones consistentes.

Hoy, gracias al streaming y a los avances tecnológicos, surge una marcada contradicción: a mayor diversidad de oferta de contenido, aumentan las insatisfacciones al evidenciar una incapacidad de discernir qué producto fílmico consumir; y lo que resulta más sorprendente es que lo que me agrada hoy probablemente no me interese mañana.

La cultura en la era de la modernidad líquida

La identidad cultural, base sustancial de las sociedades, se mantiene como un proyecto inacabado frente a las flexibilizaciones sociales. Los valores culturales dejan de ser herencias estáticas para convertirse en opciones que se eligen, desechan o transforman a lo largo de la vida.

La identidad ya no está determinada por el lugar de nacimiento, la religión o la comunidad, sino que se construye en un proceso continuo de autoafirmación y reinvención. Esto genera una sensación de libertad, pero también de inseguridad: el individuo se enfrenta constantemente a una sobrecarga de elecciones.

Una de las realidades más elocuentes es el avance de la cultura digital: la universalización del reguetón, del k‑pop o del anime, por mencionar algunos ejemplos, se mezclan, se adoptan con vigor y se abandonan con la misma intensidad.

El consumismo como nuevo valor cultural

En la sociedad líquida el consumo se ha convertido en el nuevo eje de validación social. Los valores culturales se mercantilizan: lo que antes era símbolo de identidad colectiva hoy se mide en términos de atractivo, novedad y circulación en redes. Los valores actuales privilegian la autoexpresión, la autonomía y la libertad individual, a veces en detrimento de la pertenencia estable a grupos comunitarios.

Con mayor frecuencia vemos la tendencia de un artista o celebridad a lanzar un “challenge” en redes que puede volver global en semanas y, en la misma proporción, desaparecer en días, sin dejar huellas profundas.

Esta llamada cultura líquida tiende a crear relaciones más superficiales, vínculos temporales y compromisos culturales menos duraderos. El activismo digital, que permite apoyar causas globales con un clic, a menudo involucra al individuo sin un compromiso estructural ni sostenido.

La sociedad líquida, según Zygmunt Bauman, describe un mundo caracterizado por la fragilidad, la fluidez y la constante transformación de instituciones, valores y relaciones. En este contexto, la libertad y la flexibilidad se amplían, pero también crecen la sensación de inseguridad, la individualización y la responsabilidad personal frente a desafíos que antes eran retos colectivos.

Definitivamente, esta sociedad, mientras más se simplifica, más compleja se vuelve de gestionar.

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