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La fe surge al reconocer con plena convicción que una circunstancia que parece desfavorable y hasta hostil no solo será superada, sino que saldrás fortalecido; es la certeza interior de que, al final, triunfarás, aunque la razón y el pensamiento lógico sugieran lo opuesto, y yo lo he experimentado. Cuando la tormenta se disipa, la única persona que mantuvo la fe en ti y creyó sin titubear fuiste tú mismo.
A menudo, la gente actúa no solo con racionalidad, sino también con fatalismo, aferrándose únicamente a la lógica y la razón; este enfoque tan extendido, además de dejarnos sin aliento, nos ciega ante cualquier salida frente a las más graves tragedias de la vida. Por eso, la fe funciona como una batería de esperanza que nunca debe agotarse bajo ninguna condición. Levantar la cabeza y mantenerse firme ante la adversidad no es fácil, pero es necesario; en el código del guerrero no existe la palabra “rendirse”.
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