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Existe un claro reflejo de hartazgo hacia el Gobierno, a pesar de lo generoso que ha sido, y esto se evidencia en las quejas muy concisas de grandes sectores de la población, que comienzan a sentirse tomados por tontos ante las indecencias que están sembrando el desaliento incluso entre sus propios partidarios.
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No obstante, el repudio masivo no se debe a una reforma fiscal o a cualquier otra medida que provoque incomodidad; no, la gente simplemente está observando los incesantes escándalos de corrupción que sacuden a la Administración.
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No es necesario indagar mucho para descubrir una veta de sucesos graves: SENASA, llevada a una quiebra desastrosa; Educación; Aerodom; fideicomisos; compras y alquileres de inmuebles; contratos manipulados en publicidad; obras contratadas; y, para ampliar el listado de fallas y horrores, se revela la conexión con el submundo criminal del narcotráfico, verdadero soporte para erigir el entramado político partidario. Una práctica tan profundamente arraigada que la autoridad no puede mostrar un contrato público que no esté plagado de irregularidades.
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Resulta vergonzoso el constante “baño de fango cloacal” con el narco y su absoluta pasividad para cortar esas cabezas podridas que anidan en el partido, solo señaladas por la justicia estadounidense.
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Se trata de una corrupción normalizada, un delito continuado de encubrimiento, de falta total de cooperación con la Justicia, y prácticamente de absolución en casos de cercanía y amistad íntima.
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Ante tanta negligencia, y a pesar de las optimistas previsiones de desarrollo y estabilidad económica, incluso con el proteccionismo global que genera cierta vulnerabilidad, al Gobierno se le exige reducir el gasto, aumentar la recaudación y disminuir el déficit, ajustes que evita porque constituyen su base de apoyo.
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Por lo tanto, existe preocupación por la pérdida de credibilidad.
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Se requieren soluciones creativas frente a una serie de errores y promesas incumplidas, y todo apunta al reino de la demagogia. Por eso se percibe el rechazo al oficialismo que sigue aumentando en muchísimas personas llenas de frustraciones, ya que quienes nos están dirigiendo no poseen la más mínima noción de cómo gestionar el Estado.
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