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Río de Janeiro: los secretos de un destino que es mucho más que sus playas y su carnaval

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Y no solo por sus playas emblemáticas, el destino predilecto de los viajeros apenas aterrizan, sino por una rica oferta cultural que, a menudo, pasa inadvertida.

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La Ciudad Maravillosa posee un vibrante circuito cultural que merece la pena explorar y disfrutar, además de su exuberante fonatura y su mar de intenso azul.

No es casualidad que ostente el título de Ciudad Maravillosa. Y no solo por sus playas emblemáticas, el destino predilecto de los viajeros apenas aterrizan, sino por una rica oferta cultural que, a menudo, pasa inadvertida. Indudablemente, Río es mucho más que naturaleza, océano, Carnaval y caipirinhas. Fue capital colonial desde 1763, sede del Imperio y, posteriormente, de los Estados Unidos de Brasil hasta 1960, año en que la capitalidad se trasladó a Brasilia. Como resultado de esta profunda historia, alberga “tesoros” ocultos dispersos por los barrios más antiguos. Aunque el tráfico puede volverse caótico, la paciencia es una virtud indispensable para descubrir estos rincones imprescindibles.

Tuve el privilegio de residir dos años en este rincón del mundo, único e irrepetible, del que me enamoré y que me dejó valiosas lecciones: desde una perspectiva más optimista, contagiada por la alegría que irradia en sus calles, hasta la calidez de los cariocas que hace que la vida diaria sea mucho más placentera. Pero, por encima de todo, me caló hondo esa convicción tan intrínseca de su gente: la seguridad de que, frente a cualquier obstáculo, siempre emerge una respuesta, una forma de darle la vuelta. Al fin y al cabo, *tudo tem um jeito*.

Uno de los sitios que más me impactó de esta urbe sin igual es el monasterio de San Benito (São Bento), ubicado en el *morro* homónimo. Fundado en 1590 por monjes benedictinos oriundos de Bahía, se mantiene como el único monumento relevante del siglo XVI. Al cruzar su umbral, el visitante se siente deslumbrado por el revestimiento dorado de sus paredes. El escritor Stefan Zweig lo plasmó magistralmente en su libro *Río de Janeiro*: “Aunque no comparable, en originalidad y magnificencia, con las grandes catedrales europeas, los artífices de São Bento lograron algo singular: una forma afortunada y creativa de dominar el material, una armonía total dentro de ese halo crepuscular de oro, que resulta inolvidable”.

La visita se centra en la Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, cuya arquitectura, sus coloridos vitrales y sus obras de arte sacro resultan impresionantes. Es altamente recomendable la experiencia de asistir a la misa tridentina, cantada en latín y portugués, con melodías gregorianas, que se celebra cada domingo a las 10 de la mañana. Es un templo de calma, un remanso de paz que conmueve. En la parte posterior, se encuentra un mirador con vistas al puente que conecta Río con Niterói.

Obtener una mesa en esta confitería inaugurada en 1894 —fundada por inmigrantes portugueses y recientemente catalogada como uno de los cafés más hermosos del mundo— no siempre es sencillo. A menudo, hay que esperar en la fila, pero sentarse en su interior es un viaje directo a la *belle époque*. Uno puede imaginar la atmósfera de esa época, cuando la ciudad era la capital de la república: damas elegantísimas con vestidos largos y sombreros, caballeros impecables con bombín y bastón, y una intensa vida social que marcaba el ritmo de las rutinas.

Entre 1912 y 1918, los salones interiores fueron remodelados con toques *art nouveau*, incluyendo gigantescos espejos de cristal importados de Amberes, enmarcados por elegantes frisos tallados en madera de Palo Rosa. El artesano Antônio Borsoi fue el encargado de esculpir todo el mobiliario de madera. En 1922 se amplió el espacio, añadiendo un segundo piso con un salón de té, donde actualmente opera el restaurante Cristovão. Además de admirar la belleza arquitectónica, es obligatorio probar sus pasteles —como el *Quindim*, el *Mil folhas de Creme* o el *Pastel de Nata*— y los famosos *salgados*, bocados típicos de la cocina portuguesa y brasileña. Abre de lunes a sábado de 11 de la mañana a 6 de la tarde. Se aconseja ir durante los días de semana (en *uber* o taxi), ya que el centro de Río está más concurrido y, por ende, es menos riesgoso.

Otra joya que bien justifica un desvío es el Real Gabinete Portugués de Lectura, clasificado entre las 10 bibliotecas más bellas del planeta, según diversas publicaciones internacionales. Este verdadero templo del libro fue establecido en 1837 por 43 inmigrantes portugueses que llegaron a Río de Janeiro como exiliados políticos con el deseo de preservar la cultura lusa. La edificación, iniciada en 1880, tardó siete años en completarse y es una obra maestra arquitectónica de estilo neomanuelino, tan profusa en detalles que la mirada no sabe dónde posarse. El arquitecto portugués Rafael da Silva Castro fue quien concibió el diseño, inspirado en el espléndido Monasterio de los Jerónimos de Lisboa.

Hoy, más allá de impactante fachada, su interior es un edén para los amantes de la lectura: techos altísimos, estanterías de madera minuciosamente tallada, vitrales y ese silencio casi sagrado que invita a perderse entre páginas. Pasar un rato en el imponente salón de lectura, presidido por un gran atrio central inundado de luz natural gracias a una enorme claraboya de hierro y vidrio delicadamente pintado, es una vivencia inigualable. La colección atesora más de 350 mil volúmenes, incluidas obras raras y de gran valor de la literatura portuguesa. Localizado en el centro histórico de Río, en la rua Luis de Camoes 30, abre al público de lunes a viernes de 10 a 17 horas, y la entrada es gratuita.

También en el corazón de la ciudad, en la Praça Mauá, se ubica el Museo de Arte de Río (MAR), que ocupa dos construcciones históricas, entre ellas el Palacete Dom João VI, declarado patrimonio histórico. La visita puede realizarse tranquilamente en una o dos horas, tiempo suficiente para adentrarse en la historia de la ciudad, su tejido social y su riqueza simbólica a través de exhibiciones que abarcan desde el arte histórico hasta el contemporáneo. Recomiendo este museo por su tamaño manejable, ideal para obtener una visión general y comprender mejor la cultura brasileña. Coronar el recorrido con un delicioso café y un *brigadeiro* es la forma perfecta de asimilar lo aprendido.

En cualquier estación del año, vale la pena programar una excursión a esta área de la ciudad, tan distinta de la costa de Copacabana, Ipanema y Leblon. Es quizás el mejor lugar para sentir cómo la vegetación te abraza con su exotismo y cómo la selva se manifiesta en todas sus expresiones, con sus aromas y colores, y en la presencia de los pequeños monos que se descuelgan de las antiguas lianas y que a menudo se aproximan para saludar. Es también un lugar excelente para el avistamiento de aves, con más de 100 especies distintas. Caminar en silencio es la clave para evitar espantarlas y tener la posibilidad de verlas en las copas y troncos de los árboles centenarios.

Mis senderos favoritos son la avenida de las Palmeras Imperiales y el de los Palo Rosa: con su altura majestuosa —superan los 30 metros—, es una de las especies arbóreas más notables y apreciadas de Sudamérica, caracterizada por sus troncos rectos, negros y brillantes. Cubrir toda su extensión es casi imposible: el Jardín Botánico ocupa 137 hectáreas, de las cuales 54 están cultivadas. Pero no hay que perderse las singulares colecciones de bromelias y los diversos tipos de orquídeas que deslumbran por su belleza. Para aprovechar la visita y el contacto con la selva atlántica, es esencial llevar calzado cómodo y ropa ligera. Se puede visitar cualquier día de la semana. Además, si quedan energías, se puede ingresar gratuitamente al Museo del Jardín Botánico, inaugurado en marzo de 2024 en una casona del siglo XX con 14 salas de exposición.

Localizado a los pies del Corcovado, el Parque Lage es un espacio sumamente pintoresco, famoso por su mansión histórica del siglo XIX, que hoy sirve como sede de la Escuela de Artes Visuales y acoge diversas actividades culturales. En sus inicios, durante el periodo colonial, fue una hacienda productora de azúcar. Posteriormente, en 1840, el paisajista inglés John Tyndale le confirió un aire romántico. En 1859, fue adquirido por Antônio Martins Lage, y comenzó a ser conocido como el Parque dos Lage.

El sitio pasó por varias manos hasta que, en 1920, lo compró el empresario Henrique Lage, quien encargó la remodelación del palacio a un arquitecto italiano, Mario Vodret, como obsequio para su esposa, la cantante lírica Gabriella Besanzoni. Con el tiempo, el lugar se transformó en un espacio público y un telón de fondo para las icónicas sesiones fotográficas que los turistas brasileños hacen fila para tomarse. En el palacete hay una muy bonita cafetería, rodeada de vegetación tropical y con una vista impresionante. Lo mejor es pasear por los jardines, relajarse y gozar de la serenidad y la naturaleza exuberante.

En la plaza Cinelândia, se yergue uno de los edificios más imponentes de la ciudad: el Teatro Municipal. Con una fachada que parece extraída de una postal europea, su estilo ecléctico se inspira en la Ópera de Garnier de París. Inaugurado en 1909, tras cuatro años de construcción, este teatro ha sido testigo de más de un siglo de historia y arte. Y como todo clásico que se precie, ha sido objeto de varias puestas a punto: en 1934, 1975, 1996 y la más reciente en 2008, cuando quedó prácticamente renovado. Es posible tomar visitas guiadas para conocer la historia y el esplendor de este coliseo con capacidad para 2361 personas. Hoy sigue siendo un emblema de la vida cultural carioca y una parada imprescindible para quien desee descubrir otra faceta de Río, más allá de sus playas y del Carnaval.

Colosal, etéreo, futurista. El Museo de Arte Contemporáneo, ideado por Oscar Niemeyer, fue inaugurado el 2 de diciembre de 1996 y es considerado una de las 7 maravillas del mundo museístico, de acuerdo con la prensa especializada. La estructura del MAC evoca una flor o una nave espacial suspendida sobre una roca que se proyecta hacia el mar. Las vistas panorámicas de 360 grados de la bahía de Guanabara y de las ciudades de Río de Janeiro y Niterói son verdaderamente impactantes y justifican la hora de viaje desde la zona sur. Tuve la fortuna de asistir al atardecer a la magnífica exposición “Un Lento Venir Viniendo”, de la colección de Alec Oxenford, en noviembre de 2022: contemplar arte argentino exhibido en un lugar así…

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