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¿La inteligencia artificial, una pompa especulativa a punto de explotar?

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Es una cifra considerable y con un crecimiento notable año tras año, pero resulta minúscula en comparación con los costos en los que incurre la compañía.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Tecnología disruptiva para algunos, riesgo para la democracia o simplemente un concepto hueco para otros, la IA (Inteligencia Artificial) está atrayendo cientos de miles de millones de dólares en inversiones.

Frente a los tecnoptimistas que están convencidos de que nos encontramos en el umbral de una nueva revolución industrial, otras voces alertan sobre el peligro de un entusiasmo desmedido por una tecnología que aún necesita probar su verdadero valor. Estos últimos enfatizan la notable disparidad entre el gasto y los ingresos generados por la inteligencia artificial.

Si bien no hay semana en la que algún actor clave no anuncie inversiones de decenas o incluso cientos de miles de millones de dólares para asegurar su provisión de microprocesadores, levantar centros de datos o, como reveló Google hace pocos meses, construir centrales nucleares para su suministro energético, las ganancias no logran seguir el ritmo.

OpenAI, la empresa de IA más conocida y la que, con su robot conversacional ChatGPT, inició esta carrera desenfrenada, ha reportado 13.000 millones de dólares en ingresos en los últimos doce meses. Es una cifra considerable y con un crecimiento notable año tras año, pero resulta minúscula en comparación con los costos en los que incurre la compañía. El Financial Times ha estimado que los diversos acuerdos firmados por OpenAI con los gigantes tecnológicos para saciar su inagotable necesidad de capacidad de cómputo superarán el billón de dólares en los próximos años.

Es innegable que OpenAI está desembolsando sumas astronómicas. Sin embargo, y de acuerdo con sus propias declaraciones, la empresa sigue operando con pérdidas y no anticipa generar ganancias hasta el año 2029. Incluso las figuras más entusiastas y optimistas sobre los beneficios de la IA, como Jeff Bezos, reconocen que las inversiones se han desconectado de la realidad. “Cuando los inversores se fanatizan con un tema, como sucede hoy con la IA, todo tipo de proyectos y empresas consiguen financiación. Tanto las ideas buenas como las malas. El entusiasmo de los inversores es tal que les resulta difícil diferenciar unas de otras”, comentó el director de Amazon a principios de octubre durante la Tech Week en Italia.

Este fenómeno trae a la memoria la burbuja puntocom, que surgió en los albores de Internet. En aquel momento se pensaba, con razón, que la web revolucionaría el mundo de los negocios y la actividad empresarial. Sin embargo, los inversores comenzaron a repartir dinero a cualquiera que hubiese montado una página web en su garaje, sin cuestionarse la existencia de un modelo de negocio sólido detrás. La burbuja finalmente explotó y el desenlace fue perjudicial para todos.

A pesar de lo etéreas que puedan ser las promesas de la IA, las cuantiosas inversiones que suscita están alimentando una industria tecnológica que, por su lado, sí es muy tangible. Empresas como Nvidia o AMD, fabricantes de semiconductores, estos chips electrónicos de última generación que confieren a la IA su potencia de procesamiento, están obteniendo ganancias colosales. En junio de 2025, Nvidia llegó a ser la empresa con mayor valoración del planeta, superando los 3 billones de dólares, por encima de Apple y Microsoft.

Los inversores están apostando por una demanda que se mantiene en renovación constante para sostener una capacidad de cómputo que no para de crecer. No obstante, esta profecía parece, al menos en parte, autorrealizarse. Así, a finales de septiembre, Nvidia invirtió 100.000 millones de dólares en OpenAI para que esta última comprara sus propios chips electrónicos. La misma OpenAI que, además, adquirió una participación del 10 % en AMD, a la par que se comprometía a comprar millones de chips al principal competidor de Nvidia. Este tipo de inversiones en ciclo cerrado se observa en todo el ecosistema de la IA. Pero si la inteligencia artificial no consigue materializar sus promesas rápidamente, toda esta industria corre el riesgo de desmoronarse como un castillo de naipes.

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