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Trujillo nunca quiso saber de su abuela, la educadora Erciná Chevalier; sin embargo, dispuso una calle con ese nombre tras su fallecimiento

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Pocos saben que Luisa Erciná Chevalier, la abuela de Trujillo, reposa en el cementerio de la avenida Independencia.

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Mausoleo de Leonte Vásquez. Pasó desapercibido porque sobresale su esposa, Genoveva Gautier. Pocos saben que Luisa Erciná Chevalier, la abuela de Trujillo, reposa en el cementerio de la avenida Independencia. Este desconocimiento quizás se deba a que su nieto “no quiso saber de ella, por ser haitiana o por su color. Se fue del país para no asistir al sepelio y, sin embargo, a la semana nombró una calle en su honor”.

“Quiero reivindicarla, no por ese parentesco, sino porque fue una maestra insigne, hostosiana. Hostos visitó su escuela en San Cristóbal”. Eulalia Flores, historiadora, socióloga y periodista que lleva 43 años investigando este histórico camposanto, hace esta revelación y explica que la confusión surge porque su tumba la identifica como “Luisa Erciná Pina”. Estuvo casada con Juan Pablo Pina.

Este es uno de los hallazgos que figuran en su obra inédita: “Cementerio de la avenida Independencia: Monumento histórico y museo a cielo abierto”. Enmienda errores repetidos por diversos autores, relata detalles personales, familiares y causas de fallecimiento de esos difuntos, algunos ilustres y conocidos, otros anónimos que ella saca a la luz pública. Narra tragedias, alegrías y desventuras de los allí sepultados. Describe con precisión la simbología de las esculturas. Camina entre tumbas, mausoleos, panteones, cenotafios, crematorios y sarcófagos, como si se moviera por una pequeña ciudad donde todos son sus vecinos. Conoce sus vidas en la tierra y las leyendas posteriores a sus muertes. Sus aclaraciones son verdaderamente conmovedoras. Confeccionó “una Guía funeraria” que ubica a Luisa “en el cuadrante número uno, tumba 383”.

Otro descubrimiento es impactante: los restos del prócer Juan Isidro Pérez “no se encuentran en el Panteón Nacional”, como se afirma habitualmente. Pero “tampoco están en ese cementerio. Estuvieron en la Plazoleta de los coléricos, donde se ubica el colegio San Pío X. Nunca fueron identificados, ya que su sepultura era una fosa común”. Allí fueron enterrados los afectados por la epidemia de cólera, causa de su deceso, la misma del poeta Ángel Perdomo, su compañero en ese destino final.

Por otra parte, señala Flores: “En el cementerio nunca se han enterrado musulmanes, como se ha llegado a decir. Los judíos que vinieron aquí eran sefarditas, procedentes de la península ibérica”.

Aclara otra confusión: “Al mausoleo de la embajada americana, la gente le llama ‘Del Memphis’, erróneamente. No hay fallecidos de ese suceso allí; todos son muertos de antes y después de ese desastre”. Sobre este espacio, comenta: “Antes la embajada se ocupaba de mantenerlo impecable, pero hace unos 20 años lo abandonó”.

“Que el doctor Luis Bertances fuera sepultado ahí es un hecho que la mayoría desconocía”. Vio que había muerto en Francia y pensó: “Este hombre es importante”. Lo investigó: “¡Este es el doctor!”. Solo se leía “Luis Betances”. “Era una eminencia. Regidor, síndico, diputado e insigne médico, reconocido en La Sorbona y en toda Europa por sus descubrimientos en hematología”. Descubrió la existencia de cuatro crematorios. Identificó un horno. “Una vez al año se recogían osamentas de muertos que tenían deudos en sus patios e iban en procesión al cementerio”.

Le impresiona la tumba del sociólogo José Ramón López, “como un libro abierto, un arte funerario bellísimo”, y haber descubierto que Leonte Vásquez, hermano del presidente Horacio Vásquez, reposa allí, pero inadvertido porque yace “en el monumento de su esposa, Genoveva Gautier, que era extranjera”. Y describe la escultura: “El manto simboliza que su pérdida fue muy sentida, lo que demuestra que fue una persona productiva”.

En el cenotafio de José Reyes y Emilio Prud-Homme, autores de la letra y música del himno nacional, el pueblo rinde culto al Barón del Cementerio porque “es la cruz más alta”, no porque fueran los primeros. A Juana Flores, quien ostenta esa primacía, “le hacen el saludo”.

Hay una tumba de cruz truncada que reza: “A mi querida Tatá” y debajo los nombres de Carlos, Luisa, Juan y Nellie. “Cuando aparece mutilada es porque fueron jóvenes cuyas vidas se interrumpieron bruscamente. Tatá era Altagracia Frier, tía de Julio Ortega Frier y sobrina de Salomé Ureña. El cubano Juan de Dios Tejeda era su esposo y esos, sus hijos. Murieron en el naufragio del vapor ‘Ville de Saint Nazaire’, en 1897. Él sobrevivió. Se cuenta que, a medida que los niños se deshidrataban, él los lanzaba al mar. Pidió que, al fallecer, no lo enterraran, sino que lo envolvieran en una manta y lo arrojaran al océano”.

Eulalia Flores, de cuyos aciertos se publicará otra entrega, exclama: “He aprendido en el cementerio más historia que la que me enseñaron en las aulas”.

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