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De portavoz de una comunidad a referente de la lucha social. El vivir. La destacada líder magisterial y política no permite que sus ocupaciones frenen su capacidad de disfrutar de la vida.
SANTO DOMINGO.- El liderazgo se puede aprender, pero es innegable que para algunas personas, es una habilidad innata.
María Teresa Cabrera, con la seguridad que otorga la experiencia, rememora el instante inicial en que su voz sonó levemente temblorosa.
Con apenas catorce años, ya representaba a su comunidad de Sabana Rey (ubicada entre las provincias La Vega y San Francisco de Macorís) ante una comisión gubernamental.
“Yo usaba dos trenzas y mis ojos eran muy expresivos”, cuenta al recordar y verse designada como vocera del colectivo.
Aquel funcionario que la escuchó —entre risas y sorpresa— comentó que una niña así merecía ser recibida por el presidente.
Desde ese instante, su destino quedó marcado.
En aquella época, Sabana Rey era un rincón olvidado por los gobiernos. Allí, entre diversos cultivos, creció María Teresa Cabrera, una niña curiosa e hiperactiva.
La influencia crítica provino inicialmente de la pastoral juvenil de la Iglesia católica, que en ese momento era un espacio propicio para el pensamiento crítico y la acción social.
Participaba en obras de teatro, escribía versos, componía piezas musicales…
De ese grupo surgió el Club Juvenil de Sabana Rey, desde donde empezaron a exigir soluciones para las carencias del pueblo: una escuela digna, vías transitables, acceso al agua, asistencia médica.
La niñez
María Teresa fue una de los 18 hijos de Ventura Cabrera, un campesino sabio pero un tanto sobreprotector, y de una madre de carácter indomable.
Una lógica atemporal
En la década de 1970, continuar estudiando más allá del sexto grado era casi inalcanzable para las niñas de su comunidad. El centro educativo más cercano era el Senoví, y llegar implicaba cruzar tres carreteras, pedir “aventón” repetidas veces y enfrentar los temores de una época marcada por la represión política y la desconfianza.
Pero María Teresa convenció a su madre, debatió con su padre y lo persuadió. “Yo sí quiero estudiar. No me voy a quedar sin formación”, le afirmó. Esa determinación no solo transformó su vida, sino la de sus hermanas menores, quienes pudieron estudiar después de ella.
Esa primera victoria marcó el inicio de una secuencia de cambios personales y colectivos.
Se graduó de la normal en 1981 y comenzó a ejercer como maestra en Sabaneta de La Vega.
Su primera clase fue de 59 alumnos de primer grado. En esa aula continuó su formación.
Se licenció en Filosofía y Letras, para luego obtener una maestría en Desarrollo Humano y Sostenible en Intec, otra en Liderazgo Educativo y una más en Metodología de la Investigación en Ciencias Sociales, Jurídicas y Humanidades en la Universidad Europea Miguel de Cervantes.
Entre la lucha y la ternura
A María Teresa Cabrera le agrada la música. “Me fascina el son, el merengue y algunas bachatas”, admite, aunque en su casa prefiere escuchar a Silvio Rodríguez, Víctor Jara, Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa o Pablito Milanés.
Si conduce, en cambio, selecciona algo más animado: “Para evitar el sueño”.
Disfruta de una copa de vino en períodos de tranquilidad o un vaso de cerveza después de una manifestación bajo el sol. Tiene un hijo, Vladimir, y una nieta, Camila, de cuatro años. “Son adorables”, expresa con orgullo.
“Nunca me ha causado preocupación”, comenta sobre su hijo, a quien define como un hombre maduro, profesional y buen padre.
La felicidad que siente al verlos crecer es la misma que experimenta cuando una colectividad consigue un derecho o cuando una docente logra inspirar a sus estudiantes.
La definición
Conquista
María Teresa Cabrera encarna una búsqueda constante de entendimiento, de profundidad, de significado.
Pero más allá de los títulos, lo que verdaderamente define a María Teresa es su firme creencia de que los derechos no se ruegan, se obtienen por esfuerzo.
La “niña” que nunca dejó de elevar su voz
De aquella joven que se dirigía a funcionarios con dos trenzas y “ojos que hablaban”, persiste la esencia intacta.
María Teresa Cabrera sigue siendo la mujer que, desde un rincón del país, comprendió que las grandes transformaciones surgen de actos modestos.
Hoy, tras décadas dedicadas a la enseñanza, la investigación y la defensa de los derechos humanos, continúa viendo en la educación el camino más seguro hacia la libertad.
En ella convergen la niña campesina, la maestra, la dirigente, la pensadora y la madre; todas las versiones de sí misma que fueron necesarias para construir una voz sólida, crítica y esperanzada, y que todavía posee ojos que hablan.















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