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Todos somos expertos en eso de “lo veré luego”… hasta que el destino nos sorprende con una lluvia inesperada, y sufrimos las consecuencias de dejar todo para el último momento.
Y ahí te encuentras tú, sin protección, vadeando los encharcamientos, mientras los estruendos suenan como si un gran músico estuviera dando un recital en tu salón.
El diluvio no se anda con rodeos, y de pronto empieza el conocido ritual: salir corriendo a adquirir paraguas, plásticos e incluso calzado improvisado, pagando más por esa “solución de emergencia” que aguanta el temporal… porque salir del paso siempre tiene un costo, y no siempre es accesible.
Así transcurre la existencia: esperamos a que el temporal nos sacuda para actuar. Dejamos para más tarde la dieta, el ahorro, el chequeo del vehículo, las revisiones médicas… ¡todo lo que se puede posponer!
Somos muy hábiles para postergar, maestros del “lo haré mañana”… aunque ese mañana llegue con agua hasta el cuello y ruidos de tormenta al fondo.
Tanto la vida como el clima nos muestran que apañárselas está bien… pero que anticiparse es otra cuestión. Ese refugio comprado a toda prisa, empapado y caro, jamás superará aquel que adquiriste a tiempo, cuando el sol brillaba y tenías claridad mental.
Sucede lo mismo con los desafíos: dejar todo para después invariablemente resulta en agobio, ansiedad y alguna que otra marca en la ropa.
Ser previsor no significa arruinar la diversión, es vivir con aplomo, con chispa y con un poco de ritmo propio. Quien planea, disfruta bajo el aguacero sin temor, sonríe con los relámpagos e incluso goza del charco que otros ven como un problema.
Pues la vida no consiste únicamente en esquivar el agua: se trata de resolver con ingenio, hallar gozo en el desorden y recordar que aplazar todo solo nos provoca prisas y salpicaduras innecesarias.
Así que, estimado lector, si hoy vives un día lluvioso, no te quejes. Saca tu parapeto literal y figurado: esas tareas pendientes, esa charla que aplazaste, esa reserva económica que no iniciaste… todo lo que vale la pena ejecutar antes de que la borrasca vital te fuerce a buscar soluciones rápidas.
A fin de cuentas, la vida —tal cual el tiempo— siempre trae episodios difíciles. Pero aquel que se prepara no solo se apresura para no mojarse: camina, se mueve y disfruta con elegancia, dejando atrás la dilación y los arreglos de última hora.
Este texto apareció originalmente en El Día.















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