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Su vida, ligada desde sus inicios a la batalla social, halló espacio para la familia y la entrega. Los riesgos que enfrentó no mermaron su calidad humana.
SANTO DOMINGO.- Imagínese el estilo de vida que llevaba Narciso Isa Conde en los postreros y subsiguientes años de la dictadura, cuando el arma más potente para silenciar a la disidencia eran los porrazos y las balas. Y, aun así, el hombre encontró un hueco para el afecto.
Aún hoy, al rememorar aquellos tiempos, cuenta con discreción cómo solía reunirse con Lourdes Contreras, el amor de su vida. “Es un relato precioso, porque uno de los tesoros más grandes de la vida son los amores ocultos, con toda la tensión que eso implica, ¿verdad? Ella se disfrazaba y cambiaba de aspecto; yo igual, viviendo en la clandestinidad. Nos coordinábamos con amistades que nos brindaban refugio y nos juntábamos en esas casas”, relata.
Confiesa que conoció a su primogénito a los tres meses de nacer; al segundo, apenas un mes después, debido a todas las precauciones requeridas en aquel entonces.
Al charlar con Narciso Isa Conde sobre su trayectoria, se comprende que es imposible desvincularlo de las convulsiones políticas que definieron la segunda mitad del siglo XX en República Dominicana. Su modo de hablar, pausado y reflexivo, contrasta con la viveza de los sucesos que protagonizó, incluyendo acciones secretas, persecuciones políticas, arrestos y desafíos al poder establecido.
Vio la luz en San Francisco de Macorís, hijo de un padre de raíces árabes (Aris Isa Lager) y una madre catalana. Su familia se mudó después a Puerto Plata, donde desarrolló un lazo afectivo con el mar y conoció a su tío Rafael Isa Lager, una figura indómita que forjaría su rumbo ideológico. “Mi tío había pasado un año en Francia, era un inconformista y juntos escuchábamos Radio Habana Cuba. Ahí comencé a tener inclinación por esas ideas”, señala.
La influencia de su progenitora, Mercedes Conde, también fue fundamental. Ella optó por estudiar ingeniería y arquitectura y habilitó una pensión frente a la Universidad de Santo Domingo. Allí convivieron jóvenes que dejarían huella en la historia, entre quienes Narciso menciona a Minerva y María Teresa Mirabal. “Mi madre se hizo muy cercana a Minerva. El magnicidio de las Mirabal nos impactó profundamente. Marcó un antes y un después en mi existencia”, admite.
Dato clave: Ha dedicado su vida a respaldar las causas populares, llegando a confrontar constantemente al poder.
Claridad Precoz
Las objeciones a la tiranía de Rafael Leonidas Trujillo ya las expresaba a los 13 años mientras cursaba estudios en la escuela normal de Puerto Plata. Esa curiosidad política se tornó activismo con la irrupción de la Revolución cubana, al empezar a leer a Fidel y a fantasear con una transformación social.
A los 10 años, sin embargo, tuvo su primer roce con la autoridad: “Tuve un altercado con Radhamés Trujillo (sin saber quién era), que actuaba con aire de soberbia. Le dije un par de cosas y mi madre me advirtió: ‘No tienes idea de lo que has hecho'”. Aquella anécdota infantil presagiaba el pulso constante con la autoridad.
Tras las Rejas
Cuando Trujillo fue derrocado, Narciso residía frente a la universidad, donde su madre tenía la pensión. Ya era estudiante de Medicina y un activista. Participó en la génesis del periódico Fragua, un medio estudiantil de orientación revolucionaria: “Era un periódico con reportajes políticos, apartados literarios y doctrinas revolucionarias. Su lema era ‘Pensamiento y acción fusionados en armas contra la injusticia'”.
El entusiasmo pronto le pasó factura. Al difundir el periódico El Popular, se topó con una unidad policial y acabó preso. “Me recluyeron en aislamiento. Luego me llevaron ante Imbert Barrera, quien me inquirió: ‘¿Usted es comunista?’ Yo asentí: ‘Sí’. Y él me sentenció: ‘Pues el conflicto está declarado’. Y yo le contesté: ‘Pues declarado está'”, rememora entre risas. Logró su libertad por la presión ejercida por la universidad, pero ya había marcado su camino.
Con la caída del autócrata, el activismo mutó de escenario. Isa Conde se afilió al colectivo político 14 de Junio y luego al Partido Socialista Popular, seducido por las ideologías marxistas. Elaboraban artefactos explosivos de fogueo y replicaban panfletos contra la represión. “No lesionábamos a nadie; eran meros símbolos de resistencia”, aclara.
Su militancia lo llevó a compartir celda con Manolo Tavárez Justo y a involucrarse en el auge de los movimientos estudiantiles y laborales. De esa etapa guarda memoria de las largas noches de maquetación, las persecuciones y el ímpetu de una juventud que anhelaba la libertad.














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