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Cada obispo posee su catedral, un templo donde se ubica el asiento desde el cual guía a su grey. La iglesia catedralicia del Sumo Pontífice no es San Pedro, ¡sino San Juan de Letrán!
En el siglo IV, el Emperador Constantino entregó al Papa Melquíades (310 – 314) el palacio familiar de los Lateranos, ubicado al pie del Monte Celio en Roma. Inicialmente, el Emperador levantó allí un bautisterio, o sea, un espacio para administrar el bautismo, en honor a San Juan el Bautista y San Juan, de ahí su denominación.
A partir del siglo XII, y por razones que no conocemos, los canónigos de la Basílica de San Juan de Letrán designaron el 9 de noviembre para conmemorar la consagración de este recinto sagrado. Todos los templos están ligados a San Juan de Letrán, considerada la madre de todas las iglesias, por ser la sede episcopal del Papa, la primera de la ciudad y del mundo. San Juan de Letrán fue la morada de los pontífices desde el siglo IV, hasta su complicada estancia en Aviñón, Francia.
En cada celebración eucarística, al rememorar al Obispo de Roma, nuestro afecto se expande para abarcar a todos. Las lecturas nos asignan tres encomiendas.
Jesús nos exhorta en el evangelio según Juan: alejémonos de cualquier aplicación comercial o fraudulenta de la fe (Juan 2, 13 – 22).
Ojalá que aquellos que buscan a Dios pudieran hallarlo en nuestras trayectorias vitales, principios, decisiones y en nuestra Iglesia.















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