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El único largometraje que he visto relacionado con las Hermanas Mirabal es el que se basa en la obra de Julia Alvarez, “En tiempo de las mariposas”. Me atrevo a sugerir que quizás sea el filme más conocido sobre la trayectoria de las hermanas que se opusieron a la tiranía de Rafael Leonidas Trujillo, y como todo lo realizado sobre esta historia, es limitado. La advertencia de “basada en hechos reales” señala la imposibilidad de abarcar todos los sucesos y todas las realidades.
Por ello, es factible que para muchos, Minerva y María Teresa sean percibidas como las únicas encarceladas del movimiento político que buscaba derrocar al tirano. Pero no fueron las únicas aprehendidas en enero de 1960. Otras cinco mujeres compartieron el cautiverio en las prisiones de La Victoria y La Cuarenta, sufriendo torturas, incertidumbre y vejámenes políticos: Dulce Tejada, Asela Morel, Fe Ortega, Miriam Morales y Tomasina (Sina) Cabral.
A diferencia de Minerva y María Teresa, las otras cinco lograron sobrevivir a la dictadura. Sin reconocimiento y en el olvido de un Estado que ha preferido recordar a través de placas y memoriales, estas cinco damas aportaron su servicio y presencia durante décadas en la nación de las páginas en blanco. De ellas, aún nos acompaña Sina. Es sobre Sina que deseo hablarles.
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En cualquier reunión, su presencia destacaba. Al entrar al salón Aída Cartagena Portalatín, en la Biblioteca Nacional, varias personas se acercaron a ella. Su cabello completamente cano, recogido con elegancia, su modo de sonreír, de hablar con amable firmeza, la sorpresa gozosa en su rostro al reconocer a los conocidos que la saludaban, su porte erguido al moverse o al permanecer quieta, parecían reflejar mucho de lo que transmite el relato de su vida, plasmado en el libro que se presentaba esa noche, este pasado martes 4 de noviembre, escrito por la periodista Yinett Santelises: “El vuelo de Sina”.
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El relato, redactado en primera persona por Santelises, da voz a una Sina que evoca, en primer lugar, su niñez y juventud en Salcedo, hoy provincia Hermanas Mirabal. Su llegada al mundo junto a una hermana, su gemela, Eunice. De ese pequeño universo lleno de cosas importantes: el cuidado y afecto de sus padres, los juegos, las muñecas, sus hermanos, el encuentro con Dulce, quien años después compartiría con ella la coincidencia de luchar contra una tiranía, las lecturas, las clases de piano, el hermano mayor, Tobías Emilio, y sus libros: Los Miserables, La Madre, los versos de Federico García Lorca.
Ese mundo que se expandió, donde también experimentó pérdidas y temor. El hermano que tuvo que exiliarse, las amenazas de los agentes del Servicio de Inteligencia Militar (los calieses), su aspiración profesional, la universidad. Allí, conoció a Minerva, vivió con religiosas, se hospedó en casas de parientes, forjó vínculos con compañeras de entonces, estudió, contempló el mar por las tardes, paseó por la ciudad, escuchó a Minerva declamar a Neruda.
El temor y la valentía. Ser consciente de vivir bajo una dictadura, saber de lo que era capaz ese régimen desde su infancia, al enterarse por los comentarios a su alrededor del primer magnicidio político de Trujillo, el del poeta Virgilio Martínez Reyna, su esposa encinta y una empleada, además de la masacre de 1937. Conocía las desapariciones, las historias de quienes se atrevían a disentir, a confrontar al régimen. Lo sabía y se unió al grupo de jóvenes que, como ella, no deseaban más aquello. En enero de 1960 tenía 25 años. A esa edad fue detenida y sometida a torturas.
Coraje, fe, firmeza. Dos meses de traslados entre una cárcel y otra. Hambre, frío, compañerismo. Ella. Ellas. Liberada. Nuevamente, apresada. Escuchar a María Teresa confesar que no había contemplado la posibilidad de la muerte. Ella, en cambio, sí. No volvería a ocurrir, no la detendrían otra vez. Así se lo comunicó a María Teresa y a Minerva. Ellas tenían esposos presos, hijos. No creían que pudiera suceder algo peor que aquello, que no les sucedería nada peor.
Sina buscó refugio en una legación diplomática. Llegó a un invierno argentino donde la magnitud de lo vivido la alcanzó, pero desde donde pudo hallar un camino. Se marchó de allí. Arribó a Estados Unidos. Se reunió con su hermano, Tobías Emilio, a quien llevaba más de una década sin ver. En ese destierro se enteró del fallecimiento de sus amigas, de sus otras hermanas. Minerva y María Teresa, junto a Patria y Rufino de la Cruz, habían sido victimadas.
Unida a quienes desde el exterior buscaban el fin de la dictadura, continuó su vida, su lucha. Estaba en Puerto Rico cuando recibió la noticia. Mayo de 1961. Trujillo había fenecido.
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La sala estaba abarrotada. Reconozco algunos rostros. Pienso que quedan pocos supervivientes de aquella época. Busco mi libreta y me percato de que no traje ni una mina ni un bolígrafo. Le solicito uno a la señora sentada a mi derecha.
—Puedes quedártelo tú.
Agradezco el gesto. La escritora Rosa Silverio, responsable de la editorial Querer, que publica el libro sobre Sina, toma la palabra. Saluda y da las gracias. A su izquierda, en la mesa, la acompañan Yinett Santelises, Sina Cabral y la historiadora y catedrática Mu-Kien Adriana Sang Ben.
Reviso mis apuntes.
Sang Ben califica la obra de hermosa. Menciona que se lee rápidamente, con un café. En esto diferiré un poco un par de días después, cuando lo leo. Sí, se puede leer de prisa, veloz, pero solo si no te permites una pausa, un momento para otorgarle a Sina el silencio necesario para que sus palabras te impacten. No es obligatorio conceder ese silencio, pero lo sugiero.
Yinett, la autora, interviene. Consiguió llegar a Sina a través de Antonio (Tony) Isa Conde, amigo de Sina desde muy jóvenes, y sobre quien Yinett, una excelente periodista, escribía por ser también un protagonista de esas páginas olvidadas de la historia dominicana reciente. Fue Tony quien le abrió la entrada al jardín de orquídeas de Sina. Allí la entrevistó y también dejó espacio para el silencio en su relato cuando, abrumada por la memoria, tuvo que detenerse a sobreponerse para poder contar.
Rosa, la editora, informa que una porción de los beneficios obtenidos por Sina de la venta del libro serán destinados al Centro Geriátrico San Joaquín y Santa Ana, en Pontón, provincia La Vega, donde en 2010 falleció Fe Ortega, una del grupo de las siete mujeres arrestadas en aquel enero de 1960, una de las compañeras de Sina.
Por algún motivo, tanto Mu-Kien Adriana como Rosa recalcan la juventud de Yinett, enfatizando el año de su nacimiento. Quizás resulte sorprendente que alguien nacido tan distante de ese periodo, del régimen de Trujillo, se interese en narrar, en dar voz, en recopilar testimonios para las páginas que nos fueron legadas. Sí, puede causar extrañeza, tal vez de la misma manera que resultó impactante en su momento que dos jóvenes de 25 años, una ingeniera y arquitecta y la otra agrimensora, una iniciando su carrera profesional y la otra ya esposa y madre, Sina y María Teresa, estuvieran encarceladas en centros de vejámenes.
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Es el turno de Sina. Al hablar, posee toda la lucidez que surge de enfrentar la oscuridad.
Transmito aquí su claridad, es decir, sus propias palabras.
“No fue sencillo para mí recobrar mi equilibrio emocional tras las duras pruebas a las que fui sometida, pero mi determinación y la convicción de haber cumplido con mi deber hacia mi nación me brindaron el temple para seguir la lucha desde el exilio. Comprendí y me forcé a no mirar atrás, sino a avanzar en el presente y hacia un futuro aún lleno de interrogantes.
Retorné al país a principios de 1962. Me uní inmediatamente al partido político 14 de Junio, aunque por poco tiempo, ya que partí nuevamente al extranjero, a finales de 1963, para formar mi familia con Luis del Rosario y mis hijos Sina Altagracia y Luis Ramiro. La repercusión de la actividad política de ambos se sintió en lo laboral y profesional al regresar al país a fines de 1968.
Junto a nuestra familia extensa y amistades, muchos de los presentes esta tarde, retomamos la vida cotidiana. Yo volví a mi vida profesional, en suspenso hasta entonces, así como a varios pasatiempos, la lectura, el bordado, el tejido y, sobre todo, la jardinería y el cultivo de orquídeas. Estos me acompañaron como terapia ocupacional a lo largo de esta larga vida que me ha sido concedida con casi noventa años.
Hoy comparto con ustedes, mi hija, mi hermana Eunice, sobrinos, allegados y compañeros de vida, la alegría y las tristezas en esta primera semana de noviembre, mes de tantos recuerdos, en el que evoco con placer los cumpleaños de mi madre, de mi hijo y de mi nieta; y con melancolía los aniversarios del fallecimiento de mi padre, mi esposo, mi cuñada, y el terrible asesinato de mis camaradas de ideales y compañeras de celda, María Teresa y Minerva Mirabal, de su hermana mayor Patria, que las escoltaba intentando protegerlas, y del valiente Rufino de la Cruz, que consciente del riesgo que corría al transportarlas, se ofreció a hacerlo.
A Yinett, gracias por su empeño y a todos ustedes, gracias por su presencia y cercanía”.
A Yinett, gracias por su esmero en escribir este libro. A todos ustedes por su presencia y cercanía. Espero que disfruten la lectura de esta obra.















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