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Santo Domingo.- La reposición de los restos de Juan Rodríguez García “Juancito” en el Panteón de la Patria significa mucho más que un tributo póstumo. Es la saldada de una deuda histórica y ética con uno de los dominicanos que más entregó en pro de la libertad y el sistema democrático durante la dictadura.
El solemne acto, presidido por el mandatario Luis Abinader, confirmó el pasado sábado el reconocimiento formal de un hombre que, sin formar parte de la cúpula militar ni de la élite política dominante, asumió con coraje la misión de liberar a su gente del yugo del régimen trujillista.
“Este traslado es un acto de rectificación histórica. Juancito Rodríguez personifica la gallardía de aquellos que lo dieron todo por la nación, sin esperar recompensa alguna”, declaró el jefe de Estado durante la celebración, efectuada en el histórico mausoleo de la Zona Colonial.
Nacido en Estancia Nueva, Moca, en 1886, Rodríguez fue por mucho tiempo un próspero labrador, ganadero y político con inclinaciones democráticas. Se distinguió por su trabajo productivo en Barranca, La Vega, donde estableció una de las propiedades más notables de la comarca.
Su liderazgo innato y su dedicación al progreso de su entorno lo llevaron a ocupar cargos públicos como diputado y senador, desde los cuales defendió con ahínco la probidad y la equidad social.
No obstante, su trayectoria dio un giro radical al confrontar abiertamente el gobierno de Rafael Leónidas Trujillo Molina. La represalia fue inminente: fue despojado de sus bienes, de sus terrenos y de su sosiego. Perseguido por el aparato estatal, se vio forzado a exiliarse en Cuba, donde inició una nueva lucha: la de la oposición organizada contra el déspota.
Desde su destierro, Juancito Rodríguez se transformó en un baluarte del movimiento antitrujillista a nivel mundial. Puso su patrimonio y su influencia al servicio de la causa libertaria, respaldando activamente las incursiones de Constanza (1959), un intento notable por derrocar la tiranía e instaurar un gobierno libre. Pese a las adversidades, jamás abandonó su aspiración.
Su compromiso con la autonomía tuvo un coste enorme. Su hijo mayor, José Horacio Rodríguez, pereció en combate durante la invasión del 14 de junio de 1959, junto a otros jóvenes valientes que buscaban liberar el país. La noticia fue un golpe demoledor, pero Juancito, lejos de desfallecer, mantuvo firme su confianza en el futuro democrático de la República Dominicana.
Pereció el 19 de noviembre de 1960, en el exilio en La Habana, sin lograr volver a su tierra. Por décadas, sus restos reposaron en el camposanto municipal de Moca, al lado de los de su hija Pucha Rodríguez, también luchadora contra la opresión.
El reconocimiento oficial se materializó en mayo de 2025, cuando, mediante el Decreto 288-25, el presidente Abinader lo declaró Benemérito de la Patria. La disposición, esperada desde hace tiempo por académicos y parientes, elevó su figura al lugar que merece dentro del santoral moral de la nación.
Ahora, con su ingreso al Panteón de la Patria, la República Dominicana inscribe su nombre junto al de los hombres y mujeres que, con su ejemplo, cimentaron la libertad y la soberanía nacional. Durante el acto, Abinader resaltó que la herencia de Juancito Rodríguez “sigue viva en la memoria del pueblo dominicano y debe inspirar a las nuevas generaciones a salvaguardar siempre los principios democráticos”.
Juancito Rodríguez personifica al ciudadano que, sin vestidura militar ni poder político, convirtió su existencia en un acto de desafío moral frente a la imposición. Su relato nos recuerda que la libertad no se hereda: se conquista, se defiende y se honra.
Por todo ello, su acogida en el Panteón de la Patria no es un gesto meramente simbólico, sino el reencuentro definitivo entre la sociedad agradecida y uno de sus hijos más distinguidos, cuya vida completa fue una ofrenda a la causa de la libertad dominicana.















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