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Bastantes ciudadanos iraquíes han perdido la fe en la política y perciben los comicios como un simulacro que solo beneficia a las élites y a las potencias de la región. Los votantes deberán seleccionar a los aspirantes que ocuparán los 329 escaños del Cuerpo Legislativo.
Los iraquíes acudieron a las urnas este martes para elegir un nuevo Parlamento en un momento decisivo para la nación y para el entorno regional, una votación seguida atentamente por Irán y Estados Unidos.
Irak ha disfrutado de una tranquilidad inusual en los últimos tiempos mientras trata de dejar atrás décadas de conflictos y opresión bajo el régimen de Sadam Husein, además de las secuelas de la invasión liderada por Estados Unidos que lo destituyó.
Sin embargo, esta nación de 46 millones de habitantes padece infraestructuras y servicios públicos precarios, sumado a una corrupción generalizada.
Muchos iraquíes han perdido la esperanza en la esfera política y consideran las elecciones como una burla que solo favorece a las cúpulas y a los poderes regionales. La ciudadanía tendrá que elegir a los contendientes que ocuparán las 329 bancas del Parlamento.
La participación electoral alcanzó el 55% del cuerpo de votantes, lo cual supuso una sorpresa dado que varios analistas temían una afluencia muy reducida, tras el llamado al boicot del influyente clérigo chiita Moqtada Sadr. En las elecciones de 2021, la concurrencia fue del 41% registrado en esa ocasión.
En el panorama político iraquí no se vislumbran nuevos liderazgos y los representantes tradicionales de los grupos chiitas, sunitas y kurdos continúan al frente.
“Cada cuatro años sucede lo mismo. No vemos rostros jóvenes ni energías nuevas” capaces de “provocar un cambio”, expresó con pesar el universitario Al Hasán Yasin.
Los centros de votación cerraron a las 18H00 (15H00 GMT) y se espera que los resultados preliminares se den a conocer unas 24 horas después.
– Boicot –
En Bagdad, las calles engalanadas con propaganda electoral se veían en su mayor parte vacías, a excepción de personal de seguridad, aunque se observó la presencia de votantes en algunos colegios electorales de ciertos vecindarios.
Desde la incursión en 2003 de las tropas encabezadas por Estados Unidos que derrocaron a Husein, un sunita, la mayoría chiita de Irak, que estuvo mucho tiempo sometida, se mantiene en el poder y la mayoría de los partidos tienen nexos con Irán.
Por costumbre heredada, desde la invasión un musulmán chiíta ejerce como jefe de Gobierno, un sunita como presidente del Parlamento, mientras que la presidencia, en gran medida simbólica, recae en un kurdo.
Las elecciones se caracterizan por la ausencia del influyente religioso chiita Moqtada Sadr, quien exhortó a sus seguidores a abstenerse, lo que podría disminuir aún más la asistencia.
Sadr ha denunciado a la clase política como “corrupta” y reacia a renovarse. Un allegado suyo instó el lunes a sus millones de partidarios a permanecer en sus casas y convertir la jornada electoral en “un tiempo familiar”.
“Por afecto y acatamiento, me abstendré de votar siguiendo las directrices” de Moqtada Sadr, comentó Hatem Kazem, de 28 años, quien cerró su negocio y planea tomarse el día libre.
“Hacemos un boicot para conseguir un cambio”, aseguró. “No tenemos buenos hospitales ni escuelas. Lo único que anhelamos es parecernos a otros países”.
A pesar del escepticismo, más de 7,740 postulantes, casi un tercio de ellos mujeres, compiten por un puesto en el Parlamento.
Solo 75 candidatos independientes se presentan, bajo un reglamento electoral que los críticos tildan de favorecer a las agrupaciones mayores.
El actual primer ministro chiita, Mohamed Shia al Sudani, quien busca un segundo periodo tras haber administrado bajo el lema de la estabilidad y la restauración, probablemente obtendrá un triunfo notable.
Sudani asumió el cargo en 2022 gracias a una coalición de partidos y facciones chiitas ligadas a su vecino Irán. El líder ha enfatizado su “éxito” al preservar a Irak relativamente al margen de la inestabilidad en Oriente Medio.














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