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Cuando el aseo deja de ser íntimo o la moda de la foto frente al espejo

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Escribo profesionalmente desde 2017 para diversos medios digitales y blogs en español.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Cádiz (1973). Redactor y editor experto en tecnología. Escribo profesionalmente desde 2017 para diversos medios digitales y blogs en español.

No existe un sitio más privado o más habitual que un cuarto de baño. A pesar de ello, millones de personas lo han transformado en estudio fotográfico improvisado. Es casi un rito: abrir la aplicación de cámara del celular, localizar la luz más favorable, girar levemente el rostro y capturar. A veces posando con premeditación, otras con la espontaneidad fingida de quien sabe que está bajo la lente. Pero, ¿qué impulsa a alguien a tomarse autofotos en un lavabo?

La contestación no es sencilla. En el baño no hay muchedumbres ni fondos paisajísticos; hallamos una versión despojada, aunque vestidos, de nosotros mismos. Es el único espacio donde podemos examinarnos sin agobios externos, y quizás por eso el espejo del servicio se ha erigido como el escenario ideal para esa exploración de la identidad digital.

En plataformas sociales mostramos tan solo lo que deseamos que otros perciban. En el baño, el fotógrafo y el sujeto son la misma persona, sin testigos ni evaluaciones inmediatas. Esa fugaz intimidad otorga una sensación de dominio total: nadie interrumpe, nadie emite un juicio, nadie corrige. Solo tú, tu imagen reflejada y el teléfono.

La ironía reside en que, justo al subir la imagen a tu perfil de WhatsApp, Instagram o TikTok, ese dominio se desvanece. Se convierte en un acto público, sometido a la tiranía de los “me gusta”, los comentarios y los retoques estéticos. Lo personal se transforma en exhibición, lo espontáneo en escenografía montada.

Antes de los teléfonos inteligentes, el espejo era un instrumento discreto. Lo usábamos para arreglarnos el cabello, revisar la corbata o mirarnos a los ojos antes de salir. Hoy, ese reflejo ha sido sustituido por una pantalla que no solo nos muestra, sino que nos altera. Los filtros alisan la dermis, realzan la mirada y eliminan defectos. La imagen deja de ser una representación fiel para convertirse en una versión negociada de quienes somos. Tomarse un *selfie* en el baño es, en cierto modo, un gesto simbólico: representa la migración del espejo físico al virtual, del ser real al yo cuidadosamente elaborado para las redes.

Y, no obstante, el baño es todo menos suntuoso. Pliegos de papel higiénico, toallas colgando, envases de champú y el inodoro al fondo. ¿Por qué este sitio se ha vuelto tendencia? Quizás precisamente por eso, porque parece un entorno genuino, habitual, sin artificios. En una época donde casi todo parece producido o alterado, el baño proporciona una apariencia de naturalidad.

El contraste entre la banalidad del entorno y el esmero de la pose genera una estética particular: una fusión de sinceridad y vanidad. El mensaje podría sugerir “así soy”, pero con frecuencia revela “así anhelo que me veas”.

Las autofotos en el baño también hablan de la propia valía. Algunas son un recordatorio personal de “me agrado hoy” y otras, una vía para buscar aprobación externa. Cada foto compartida espera una respuesta: un corazón, una mención, una mirada que certifique nuestra existencia y atractivo. Es la expresión moderna del “obsérvame” que antes se dirigía en una reunión social o un diálogo directo. Y cuando los *likes* anhelados no llegan, el reflejo puede volverse en nuestra contra. El mismo espejo que sirve para autoafirmarnos se transforma en un fiscal silencioso.

Podría parecer intrascendente, pero el *selfie* en el baño compendia buena parte de nuestra relación con la tecnología, la necesidad de exponer, cuantificar y compartir cada momento. La cámara del celular es más que un aparato visual; es un medidor de autoestima y un conducto hacia la aceptación digital.

A fin de cuentas, quizás la clave no radique en el lugar donde se toma la foto, sino en la motivación subyacente. Cada espejo de baño convertido en marco de *selfie* proyecta a una generación que vive entre la aspiración a la autenticidad y la dependencia de la validación ajena. Y quizá, al bajar el teléfono y volver a mirarnos sin retoques, descubramos algo más preciado que cualquier puntuación positiva: una versión más verdadera, menos perfecta y mucho más humana.

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