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Se asemejan a los vestigios de Pompeya, si bien se ubican en Córdoba y, por injusticia, no captan la atención de los visitantes

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Restos cerámicos y de monedas señalan una ocupación musulmana que se extendió hasta el siglo XII.

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En plena campiña cordobesa, sobre una elevación que domina un vasto territorio, se ubica un enclave histórico cuyo desarrollo enlaza con dinámicas similares a las vistas en los restos de Pompeya. La localización, las edificaciones y el uso continuado permiten descifrar cómo diversos grupos fueron adaptando el espacio a sus requerimientos.

El sitio ha sido entendido como una sucesión de ocupaciones que abarcan desde tiempos prehistóricos hasta la Baja Edad Media. Este trasiego entre culturas y sistemas sociales forja un tapiz arqueológico que, hoy, proporciona una ocasión de análisis para entender el funcionamiento de ciudades amuralladas, centros de culto o núcleos urbanos.

El Parque Arqueológico de Torreparedones, situado entre Baena y Castro del Río, ha sido objeto de considerables estudios debido a su emplazamiento topográfico y la riqueza de sus vestigios. A casi 600 metros de altura, el enclave sirvió como una verdadera atalaya durante centurias.

Su ubicación favoreció asentamientos ininterrumpidos desde la Edad del Cobre y, más tarde, la edificación de un oppidum íbero que abarcó unas diez hectáreas, resguardado por un muro de un kilómetro reforzado con torres.

Este punto elevado, accesible desde la A-3125 y conectado a través de antiguas rutas trashumantes, evidencia el valor estratégico temprano de la zona.

La permanencia de comunidades humanas por al menos 3.500 años permite distinguir diversas etapas constructivas: restos de cerámica, estructuras habitacionales, sistemas de defensa y elementos ceremoniales que ofrecen una amplia secuencia de presencia.

Durante las épocas íbera y romana, Torreparedones cimentó su organización urbana. Las investigaciones sugieren la existencia de una red de calles, inmuebles administrativos y áreas de culto que, por su concentración y estado parcial de conservación, han motivado comparaciones con las ruinas de Pompeya, pese a las diferencias entre ambos enclaves.

Fuera del área amurallada se documenta un santuario íbero activo entre los siglos III y II a. C., dedicado a la diosa Caelestis. Su representación central no era una figura humana, sino un betilo estilizado rematado por un capitel con motivos vegetales.

La orientación del conjunto revela una fuerte conexión astronómica: la radiación solar incidía en puntos específicos del betilo durante los solsticios.

Los exvotos recuperados, en su mayoría vinculados a gestantes, indican un lugar de súplicas relacionado con la procreación y el alumbramiento. El hallazgo en 2020 de un segundo santuario, con ofrendas votivas de animales, como caballos, y varias sepulturas, afianza la idea de un ámbito sagrado distribuido en torno a la antigua urbe.

La presencia de estos espacios rituales, sumada a la función defensiva y administrativa del centro urbano, ofrece claves fundamentales para interpretar la estructura social del oppidum antes de la romanización.

Con la conquista romana, el oppidum se integró a la nueva ciudad, quizá identificada como Ituci Virtus Iulia o Ebora Cerealis según distintas hipótesis.

Las excavaciones han sacado a la luz un foro de más de 500 metros cuadrados, termas situadas en distintos sectores, un macellum, templos, vías pavimentadas y un trazado urbano congruente con la administración romana.

La puerta oriental, que reemplazó un acceso íbero previo, muestra la evolución de las fortificaciones y la inclusión de técnicas constructivas propias de la República romana. Las torres defensivas subrayan la trascendencia de controlar el paso en tiempos de contienda, como las guerras civiles entre Julio César y los descendientes de Pompeyo.

Asimismo, estudios recientes valiéndose de fotografía aérea y tecnología LiDAR confirmaron la existencia de un anfiteatro fuera de las murallas, cuya excavación parcial permite seguir interpretando la vida social y de ocio de la ciudad.

Tras siglos de presencia romana, el área continuó activa en la época medieval. Restos cerámicos y de monedas señalan una ocupación musulmana que se extendió hasta el siglo XII. Tras la toma cristiana en el XIII, la fortificación adoptó el nombre de Castro el Viejo.

Su castillo, documentado desde entonces, mantuvo un rol estratégico hasta la Guerra de Granada y, posteriormente, experimentó cambios de titularidad durante la Desamortización.

En la actualidad, Torreparedones está declarado Bien de Interés Cultural. Desde 2011 recibe visitantes, si bien una parte de los artefactos originales se conservan en el museo de Baena. Las intervenciones recientes se han centrado en las termas romanas, cuya revalorización se impulsa con apoyo financiero europeo y autonómico.

Torreparedones se encuentra en el kilómetro 18 de la carretera A-3125, en Baena. Se puede recorrer por libre o es posible contratar una visita guiada en grupo para conocer con mayor detalle los misterios de este yacimiento.

Para cualquier consulta o para organizar una visita grupal, puede contactar con el Parque Arqueológico en el +34637817973.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

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