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“El Beso de la Mujer Araña”: Jennifer López, Bill Condon y Tonatiuh transforman el deseo, el confinamiento y la política del sentimiento

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Relatos que regresan porque la humanidad insiste en repetir sus sombras, no porque el tiempo sea cíclico.

Fuente: Rubén Peralta Rigaud/ruben_peralta_rigaud@listindiario.com

Relatos que regresan porque la humanidad insiste en repetir sus sombras, no porque el tiempo sea cíclico. “El Beso de la Mujer Araña”, la novela de Manuel Puig que se transformó en un clásico teatral y una película de culto, vuelve ahora con una nueva adaptación cinematográfica que no busca imitar el pasado, sino abrir una brecha en él. Lo sorprendente es cómo Jennifer Lopez, Bill Condon y Tonatiuh hablan del filme: no como un vestigio histórico, sino como un ser vivo que sigue pulsando al quedar preguntas pendientes.

Desde la primera línea, Bill Condon aclara que su intención no es replicar nada. “La historia no pide permiso para volver — simplemente regresa cuando es necesario.” Para él, “El Beso de la Mujer Araña” no es un clásico intocable, sino un organismo abierto que demanda nuevas miradas para nuevas audiencias. Bajo su dirección, esa demanda se convierte en una propuesta estética y emocional: una reinterpretación que conserva los elementos originales — la prisión, el deseo, el miedo político, la ternura inesperada — pero los expresa desde sensibilidades actuales.

Un encierro que muestra más de lo que oculta

Condon destaca la doble naturaleza de la trama: un espacio reducido y claustrofóbico donde coexisten dos almas que, en teoría, no deberían encontrarse. Molina y Valentín — ahora revividos a través de Tonatiuh y otros miembros del elenco — son prisioneros de contextos radicalmente distintos. Uno cautivo por su identidad en un mundo excluyente; el otro, preso político enfrentado a un sistema que intenta silenciarlo.

“Lo fascinante del encierro,” afirma Condon, “es que revela aquello que el mundo libre obliga a esconder.” En esa celda sin máscaras sociales, los personajes deben confrontar sus deseos, fragilidades y contradicciones. Aquí entra Jennifer Lopez con una idea que transforma la historia: el deseo como acto político.

Jennifer Lopez: mito femenino y libertad encerrada

Jennifer Lopez da vida al imaginario cinematográfico de Molina, esa figura femenina invocada para sobrevivir a la crueldad carcelaria. Lo que en versiones anteriores pudo verse solo como un objeto de fantasía, se convierte aquí — según explica Lopez — en un espejo emocional: “No quise interpretarla como la fantasía de un hombre, sino como una voz interna que le brinda dignidad.”

Lo expresa con convicción, devolviendo humanidad al personaje. Su mujer araña no es musa ni símbolo sexual, sino una presencia surgida de luces y sombras de Molina: consuelo, refugio y advertencia. “Ella representa la libertad emocional que él carece,” señala Lopez. Su actuación contiene sensualidad pero también una tristeza profunda, como memoria de lo que pudo haber sido y no fue.

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Lopez confiesa que esta historia la conmueve porque trata sobre cuerpos limitados por estructuras externas: políticas, sociales y afectivas. “¿Qué sucede cuando el mundo decide quién puedes ser?” cuestiona. Esa interrogante es el núcleo de su enfoque hacia el personaje.

Su interpretación se construye desde lo íntimo: silencios prolongados, miradas fijas, gestos suspendidos en el aire carcelario como fragmentos de una película nunca filmada. Es un fantasma bello y devastador, una manifestación del deseo imposible fuera de la imaginación.

Tonatiuh: cuerpo político y vulnerabilidad desarmante

Por su parte, Tonatiuh encarna a Valentín como un hombre profundamente marcado por el sacrificio. Su preparación al papel abarcó más allá de la ideología para acercarse a la humanidad detrás del revolucionario. “A menudo pensamos que quienes tienen convicciones firmes no temen,” dice. “Pero Valentín siente miedo constantemente. Lo fuerte es que actúa pese a ello.”

Su visión del personaje lo aleja del estereotipo del mártir político y lo acerca a alguien temeroso de fallar, amar o no estar a la altura de su causa. Esa vulnerabilidad lo desarma y humaniza.

Tonatiuh también cuenta cómo Condon le pidió reflejar el cansancio casi como un tercer personaje: ese peso corporal típico de quien ha soportado más violencia de la que debería aguantar. Su Valentín permanece erguido por decisión propia y no por estabilidad física. En ese temblor interno reside la verdad emotiva del filme.

El beso como centro político

Si antes el beso final era solo un gesto romántico, ahora también es un acto político contundente. “Ese beso no es solo amor,” explica Lopez. “Es resistencia.” Tonatiuh coincide: “Es un acto humano en un lugar diseñado para destruirla.”

Condon desea evitar que se perciba como sorpresa o choque emocional; más bien como resultado inevitable de la convivencia entre dos seres que descubren lo parecido de sus heridas. El beso simboliza la intersección entre deseo y dignidad, fragilidad y fortaleza, lo privado y lo político.

Una obra que invita a mirar hacia adentro

Lo más destacable en las reflexiones de estos tres artistas es que ninguno pretende suavizar las aristas del relato. Todos aceptan su complejidad, incomodidad y peso histórico. Lopez habla sobre la responsabilidad de reencarnar un mito sin traicionar su esencia; Tonatiuh sobre representar cuerpos marcados por torturas reales; Condon sobre mostrar belleza sin convertir el dolor en espectáculo.

En esta versión, El Beso de la Mujer Araña funciona como laboratorio emocional donde se examina al ser humano en su estado más puro: desnudo. En la celda nadie posee títulos, hazañas ni protección; solo queda lo esencial. Y eso tanto asusta como libera.

Una historia vigente para nuestro tiempo

Lo urgente en esta nueva adaptación no es apegarse al texto original sino ofrecer una lectura actualizada. López lo expresa claramente: “Todavía vivimos en un mundo que castiga a las personas por amar a quien aman.” Tonatiuh añade: “Y seguimos encarcelando a quienes piensan diferente.”

Así, El Beso de la Mujer Araña trasciende adaptación para convertirse en diagnóstico; un recordatorio de que el avance humano es más lento de lo supuesto; una invitación a cuestionar cuántas celdas simbólicas seguimos habitando.

Condon concluye con una frase guía estética y emocional: “La película no ofrece soluciones pero sí compañía.” Tal vez ese sea el verdadero poder del cine: no arreglar el mundo sino acompañarnos dentro de él.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

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