Fuente: Listin diario
Domingo de reflexión: faltan tres días para las últimas 24 horas del año 2025
Este domingo nos acerca a las últimas horas del año 2025, faltando solo tres días para despedirlo. Por ello, lo lógico es detenerse a meditar sobre el cierre del año, hacer balances, fijar objetivos y valorar lo vivido como enseñanza. O quizás, perderse en la sensación de que el tiempo es una conciencia relativa, sin pensar más allá de un continuo que escapa a nuestro control.
En República Dominicana, al igual que en gran parte del mundo y siguiendo un sentido global de organización, se cierra un ciclo anual para comenzar otro. Tras diversos procesos históricos, políticos y económicos (que incluyeron varias imposiciones), quienes manejan los hilos de esta civilización decidieron adoptar un calendario común: el gregoriano.
Este nombre proviene del papa Gregorio XIII, quien estableció este calendario en 1582. Antes de ello, se utilizaba el Juliano, creado en el año 46 por el dictador romano Julio César (el mismo asesinado en el Senado). La razón para cambiar fue el desfase del calendario Juliano respecto al año solar, con una diferencia acumulada de diez días en el equinoccio de primavera debido a un error de 11 minutos y 14 segundos por año.
Como la palabra del papa era ley divina e ineludible entonces, esos diez días desaparecieron repentinamente. Imagine la confusión cuando millones se acostaron un jueves 4 de octubre de 1582 y despertaron al día siguiente en viernes 15 de octubre de ese mismo año.
Así, en nuestra percepción temporal llevamos la carga de esos diez días “faltantes” o “extra”, según se mire.
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Sin embargo, el calendario gregoriano no es el único sistema artificial para medir el tiempo vigente hoy.
Uno muy conocido es el calendario chino, basado en las fases lunares y solares, donde cada año corresponde a un animal del zodiaco chino: Rata, Buey, Tigre, Conejo, Dragón, Serpiente, Caballo, Cabra, Mono, Gallo, Perro y Cerdo. El próximo Año Nuevo chino inicia el 17 de febrero de 2026, marcando el año 4724 según su tradición. Pasé un buen rato estudiando cómo funciona este sistema y su combinación con los cinco elementos asociados a cada animal. Aunque no entendí todo para explicarlo bien, percibí que cada ciclo representa un cierre y un inicio que influye en cómo afrontar los días siguientes; también depende del signo bajo el cual naciste.
Otro ejemplo es el Año Nuevo persa o Nowruz (del persa antiguo que significa “nuevo día”), que comienza entre el 20 y 21 de marzo de 2026 con el equinoccio de primavera. Representa la metáfora del triunfo de la luz sobre la oscuridad y da inicio al año 1405. Esta celebración abarca Irán (donde es calendario oficial), Afganistán, Azerbaiyán, Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kazajistán, Kirguistán; así como comunidades kurdas en Irak, Turquía y Siria; la comunidad Parsi en India y Pakistán; población uigur y regiones del Cáucaso y los Balcanes. Sus festejos incluyen bailes alrededor del fuego y mesas decoradas con símbolos tradicionales. Días antes suelen realizar una limpieza profunda similar a la que muchas familias dominicanas practican.
En Tailandia abril de 2026 marcará la entrada al año 2569 de la Era Budista. A diferencia del conteo cristiano “después de Cristo”, allí cuentan desde la muerte o paso al Nirvana de Gautama Buda. Este cambio anual se celebra con festivales especiales y sí aparece oficialmente en documentos como billetes y recibos.
Por su parte, el calendario islámico es lunar. El próximo Año Nuevo comenzará en junio de 2026 con el inicio del año 1448. Su cuenta arranca en 622 d.C., cuando Mahoma emigró de La Meca a Medina. Se inicia oficialmente cuando aparece la primera media luna creciente tras la luna nueva.
Finalmente está el calendario hebreo que celebrará en septiembre de 2026 su año 5787. Según la tradición bíblica marca los años transcurridos desde la creación del mundo. Los cálculos científicos sitúan la edad terrestre mucho más atrás: alrededor de 4 mil seiscientos millones de años.
El principio siempre es nuevo. El cierre siempre es nuevo. Ambos son distintos a cualquier otro comienzo o final anterior.
La limpieza completa del hogar es una tradición familiar para recibir el Año Nuevo; una tarea femenina que he dejado menos rigurosa desde que salí del hogar ancestral. Estos últimos días prefiero terminar un libro iniciado en noviembre antes que limpiar paredes o eliminar hasta la más mínima mancha grasa en la cocina.
Pero no puedo evitar ordenar gavetas y closets: un ejercicio pausado donde reviso papeles diversos, ropa vieja y nueva, cajas olvidadas, libretas usadas e incluso objetos personales variados como carteras y bolsos.
Es un ritual lento pero satisfactorio donde decido conscientemente qué conservar y qué descartar; qué merece esperar ser útil aún y qué ya no tiene lugar en mi espacio vital. A veces provoca nostalgia o tristeza; objetos que evocan recuerdos o notas cuyo significado ya olvidé.
También hago limpieza digital: horas revisando carpetas para eliminar archivos innecesarios o guardar otros en la nube o memorias externas casi llenas que algún día también deberán depurarse.
Así recuerdo lo que olvido entre tanto trajín durante los 365 días del año (o 366 si hay bisiesto): lo importante no es ni principio ni fin sino lo acumulado entre ambos límites.
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Creo tener mis propios ciclos; estoy convencida que todos tienen los suyos. No dependen solo de calendarios sino también de azares vitales.
Comparto algunos momentos significativos míos:
Comienzos: El año en que leí mi primer libro completo con siete años; la partida desde mi primer hogar; despertar sin mis padres; iniciar bachillerato; sentarme frente a mi escritorio laboral por primera vez; aquel abril cuando conocí otra versión mía sin saberlo aún; conocer a una hermana paterna en 2006; entrar por primera vez a una redacción periodística; responder al primer mensaje del actual esposo; nacer mi hijo.
Cierres: A los siete años aprendí que un libro puede no terminar aunque lo cierres; regresar al primer hogar sabiendo que ya no existía; volver a encontrarme con mi madre; graduarme del bachillerato; renunciar por primera vez a un trabajo; aquella puerta cerrada por otro yo ese abril mencionado; tomar por última vez la mano de mi abuela Esperanza en 2006; despedirme definitivamente del periodismo presencial; comprender que otro hijo no nacería jamás; constatar que mi anillo matrimonial ya no encaja en mi dedo.
El camino entre ese inicio y fin incluye libros acumulados en estantes; hogares siempre presentes a pesar de cambios; una madre ausente pero constante; amistades nacidas entre aulas escolares; independencia ganada con cada empleo; abriles agradeciendo todas mis versiones posibles; una abuela cuyo acto fortuito probablemente me salvó al cambiarme de brazo justo cuando una piedra impactó su ojo derecho; haber ocupado un lugar como periodista reconocido; escuchar ese llamado “mamá”; amar siendo amada por todas mis yos.
Revisen sus gavetas personales: mantengan lo valioso, eliminen lo inútil. Abran puertas nuevas y cierren otras viejas. Recuerden lo bueno y olviden lo dañino. Agradezcan siempre (y sobre todo a ustedes mismos). Limpien paredes si desean pero observen también el polvo acumulado dentro. Abracen fuerte y déjense abrazar. Permítanse sentirse perdidos para después encontrarse plenamente. Reconozcan su parte oscura y luminosa, víctimas y victimarios.
Créanse humanos plenamente. Actúen con humanidad genuina.
Siempre existirán comienzos y finales pero lo esencial está entre ambos momentos.
Nos reencontramos aquí —eso espero— el primer domingo de enero del 2026.
Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.









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