Fuente: Diego Latorre/diego_latorre@heraldodemexico.com.mx
Estados Unidos ejecuta acciones en aguas internacionales, establece bloqueos contra Venezuela y confisca buques petroleros con tácticas similares a la piratería
El año 2025 ha sido testigo del desplome del sistema de normas que sostienen la civilización; el orden mundial no se derrumbó por casualidad, sino que fue destruido por una decisión política.
Al frente de este colapso está Donald Trump, reelecto y sin restricciones. Lo que en 2019 parecía una excentricidad, su obsesión por comprar Groenlandia, en 2025 se convirtió en una presión diplomática abierta bajo el argumento de la “seguridad nacional”. La soberanía parece negociable cuando estorba a Washington.
Estados Unidos asesina personas en aguas internacionales, impone un bloqueo a Venezuela y confiscó buques petroleros empleando un lenguaje propio de piratas. Trump no habla de derecho internacional, sino de propiedad: considera el petróleo ajeno como un botín. La ONU guarda silencio y los tratados han quedado relegados a meras notas al pie.
La amenaza de revisar el Tratado Torrijos-Carter y “recuperar” el Canal de Panamá bajo acusaciones de tarifas abusivas y presencia china es un claro rechazo al principio de autodeterminación y envía un mensaje contundente: los acuerdos solo valen mientras favorezcan a Estados Unidos.
Mientras tanto, Europa optó por un silencio cómplice. Hay múltiples ejemplos, pero el más brutal es su postura ante el genocidio en Gaza: documentado por la Corte Internacional de Justicia, Alemania, Francia y Reino Unido continúan suministrando armas y bloqueando sanciones. Los derechos humanos son invocados solemnemente, pero aplicados con hipocresía.
China avanza militarizando islas artificiales y desatiende fallos internacionales. Occidente protesta con cautela, temeroso de perjudicar intereses económicos. El derecho cede ante el mercado. El resultado es un mundo sin límites, donde todo depende de la autocontención de los poderosos.
Este derrumbe del Derecho Internacional coincide con la expansión de la extrema derecha. Argentina, Chile, Paraguay, Ecuador y Perú se han convertido en víctimas fáciles de este modelo autoritario que recorta derechos y promueve reformas que retroceden al trabajador al siglo XIX: jornadas prolongadas, despidos económicos y derechos transformados en costos.
La promesa se repite siempre: crecimiento ilimitado, explotación sin freno y desprecio por el futuro. La naturaleza es vista como botín, el trabajador como insumo y la democracia como un obstáculo.
Pero incluso en este escenario desolador queda una esperanza. Porque la historia, como señalaba Eduardo Galeano, no avanza en línea recta, sino impulsada por quienes se niegan a aceptar lo inevitable.
El año 2026 puede ser diferente si somos capaces de mirarnos sin excusas: reconocer qué toleramos, qué normalizamos y qué injusticias permitimos. El cambio no llegará desde palacios ni mercados, sino desde una ciudadanía que vuelva a creer en lo común y considere la dignidad como principio, no solo como lema.
Quizás la utopía no sea para alcanzarla sino para motivarnos a avanzar. Y todavía estamos a tiempo antes que este mundo torcido se quiebre sobre las generaciones venideras.
POR DIEGO LATORRE LÓPEZ
@DIEGOLGPN
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Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.









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