Bandera del Sevilla

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El Sevilla es el primero en hablar. Casi siempre. La bandera del Sevilla es siempre la primera en alzar la voz. El Sevilla desafía lo que percibe como injusticia. No se esconde detrás de una multitu.

El Sevilla es el primero en hablar. Casi siempre. La bandera del Sevilla es siempre la primera en alzar la voz. El Sevilla desafía lo que percibe como injusticia. No se esconde detrás de una multitud silenciosa por miedo a represalias. Es una acción que emana de su propia singularidad. Desde antes del título de este siglo, los espiritualmente grandes están hartos de la forma en que los que están por encima de él (ellos) le (les) pisotean burlonamente. Por mucha hostilidad y animadversión en que incurra, sobre la hierba o fuera de ella, él (ellos) no la soportará. No le importa ir a la guerra con honda si se hace con orgullo e integridad, como hizo en febrero cuando emitió un comunicado pidiendo una investigación en cuanto salió a la luz el asunto Negreira. El Espanyol se ha aliado (precisamente) con los andaluces. Y es que la lucha sólo está manchada por el fanatismo futbolístico y no hay que tener miedo a quedarse solo. Esta sociedad permite que los políticos se aprovechen de ella. Y miente. Siempre que lleve su bufanda. Lo que no hay que decir del fútbol.

Claro que, como el Sevilla no cree (mucho) en el Estado de Derecho, se corre el riesgo de ir demasiado lejos. La justicia del país es lenta y el acusado sigue siendo inocente hasta que se celebra un juicio. La presunción de inocencia se aplica a todos. En su auto, el juez señala que existe la posibilidad de soborno en la conducta hacia Negreira. No se trata de un delito menor. Mucha gente lo ha pensado y ahora hay que probarlo. Y el hecho de que ahora el Barcelona lo repudie, sin miedo a lo que pueda pasar, es una medalla que hay que grabarse en el pecho. El cinismo y la desfachatez sólo se combaten con honestidad y valentía. Si todos seguimos haciendo la vista gorda ante cualquier asunto que nos importe en esta vida, los de siempre seguirán manejando las cosas a su antojo. Si los ataques son precisos, no puede haber defensa. Cuanto más se impliquen, más se restablecerá la empañada credibilidad del fútbol. En esto de los tiburones y los sinvergüenzas, es hora de que unos y otros digan basta.

Porque el Sevilla ya unió al fútbol español frente a los dos gigantes en materia de derechos televisivos durante la era Del Nido padre. Se repartían las migajas del pastel e intentaban ejercer un dominio absoluto, al estilo de la Liga escocesa. Interés cero, pero si lo hicieran, podrían dominar en Europa. Dándose cabezazos contra el muro construido por clubes con el peso de la historia y la representación, logró infiltrarse en los otros 18 clubes. El poder de muchos puede derribar los regímenes más caducos. ¿Qué gana el Sevilla con esta posición? Nada. Simplemente ha puesto una espina en el costado del enemigo y ha abandonado su incómoda posición frente a los gigantes deportivos y la organización de los árbitros españoles, sin duda manchada por el asunto Negreira. Dio la vuelta a la tortilla impunemente. Dijo basta. Si, al final, el Barcelona no es condenado por falta de pruebas, la justicia puede ponerle en desventaja.

Y es que una cuestión es una condena judicial (tiene que demostrar que el pago a Negreira fue para inclinar al árbitro a favor del Barça) y otra social. Los sevillistas toman este segundo camino. Poner negro sobre blanco que la credibilidad del fútbol español ha sufrido un daño irreparable, amparados en una ley deportiva diseñada para que cualquier escándalo pase por un filtro engañoso. No conviene al negocio dejar que el Barcelona se hunda. Como mínimo, el escándalo podría poner a los actuales dirigentes y a los anteriores en la foto, con la cara colorada. Como mínimo. Y que hayan podido moverse impunemente durante décadas es fruto del sistema feudal futbolístico, que ojalá empiece a ser considerado como la prehistoria de nuestro fútbol. Para los aficionados, para los clubes y para el propio fútbol español. La bandera de la honradez tiene un mástil para cientos de manos. Los demás tardamos en agarrarla con fuerza. Es un gesto sencillo, pero cuánto significa. Y es digno. Más al primero que levante la mano. Bandera de Sevilla.

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