Ana Ignacia Rodríguez y las mujeres del movimiento del 68

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Ciudad de México / SemMéxico/Nueva Mujer – Un día como hoy hace 51 años, en la Plaza de 3 Culturas de Tlatelolco, el 20 tuvo lugar uno de los hechos más sensibles y lamentables del siglo XX: la represión (y masacre) de los involucrados en el movimiento estudiantil.

La masacre del 2 de octubre de 1968 abarca un panorama muy amplio, no importa desde qué perspectiva se le quiera entender: social, educativa, de prensa, de libertad de expresión, de libertad sexual, de libertad democrática, de conciencia civil y política, de derecho, de derechos humanos, de revolución de las mujeres.

A este respecto, hay algo de lo que sabemos muy poco. Se trata de la participación de las mujeres en el movimiento estudiantil. En comparación con el número de hombres que participaron, la presencia de mujeres fue escasa: en los años sesenta, las universitarias eran un caso muy raro. Había mujeres, sin duda, pero en número muy reducido -dos, tres o cuatro por facultad- y eran las que tenían una formación política de izquierdas las que participaban en la causa.

El hecho de que hubiera alumnas en la universidad era un signo positivo para la revolución femenina, pero seguían siendo tratadas con hostilidad por sus profesores y compañeros. Sin embargo, además de estas estudiantes, participó otro sector de mujeres: las madres activistas.

Éstas eran las madres activistas. Elena Poniatowska reconoce a dos de ellas, “Tita” y “Nacha”, pero no había líderes femeninas como tales. Al principio, el trabajo de estas mujeres consistía en preparar café e ir al mercado a proporcionar comida a los miembros de la congregación para que apoyaran la causa.

Sin embargo, fueron ellas las que entraron en contacto con la comunidad y sentaron las bases para la participación de las mujeres en futuras movilizaciones cívicas a través de pintadas, breves discursos en espacios públicos, distribución de propaganda y panfletos del movimiento, obtención de donaciones en metálico en forma de “botéos” y otras actividades brigadistas.

Nacha Rodrigues.

Una de estas mujeres era Ana Ignacia Rodríguez Márquez, conocida como “Nacha”. Estudiante de Derecho, fue detenida por primera vez cuando el ejército invadió las instalaciones de la UNAM y violó la autonomía universitaria. Estuvo encarcelada 72 horas en Lekmbery, pero no abandonó su implicación en el movimiento tras su liberación.

Vivió en primera persona los sucesos del 2 de octubre en Tlatelolco. Tardé muchos minutos en creer lo que estaba viendo. Era increíble. Ella y sus compañeros creían que las balas disparadas por los francotiradores no eran reales, y les resultaba inconcebible que el gobierno matara a estudiantes.

La “nacha fue detenida por segunda vez en su casa de refugiados, pero la volvieron a poner en libertad y se fue a casa de su familia en la provincia. Regresó durante los primeros días de enero de 1969, pero poco después, ella y sus compañeras fueron secuestradas por la policía secreta y acusadas de asesinato, robo, agresión, ataque a las comunicaciones públicas, incitación a la sedición e incitación a la rebelión, mientras eran torturadas mentalmente por extranjeros que decían ser miembros de la CIA, un amargo periodo en el que aceptó su responsabilidad y firmó Comenzó.

Estuvo encarcelada dos años, durante los cuales reforzó sus ideales y siguió obteniendo información sobre el movimiento desde la prisión.

A día de hoy, “La Nacha” Rodríguez no se ha rendido. Es miembro de Compromé68, un grupo que no sólo perpetúa el testimonio vivo de Tlatelolco, sino que también exige justicia y castigo para los responsables de la masacre. Ana Ignacia reconoce que, aunque la represión del 2 de octubre determinó el fracaso del movimiento, no cabe duda de que existe un decisivo vaivén en la historia del país.

Por ejemplo, la sustitución y creación de partidos políticos frente a los partidos dominantes existentes, la creación de ONG y la defensa de los derechos humanos, la revisión de las leyes sobre delincuencia y delitos políticos, la concienciación política y social de la población, la libertad de expresión, la libertad de prensa, el derecho de huelga, la revolución sexual, e incluso cosas básicas como la libertad de vestir sin ser tachado de delincuente incluso cosas así.

Sobre las mujeres en el movimiento, concluye:

Siempre digo que no somos nada comparadas con las verdaderas heroínas del movimiento estudiantil. Pero algunas de estas mujeres dieron su vida y muchas de ellas, no sé si por miedo o por sus hijos, no aparecen ante las cámaras, no aparecen en público. Si ha habido un cambio, si la libertad democrática ha avanzado, es gracias a ellas.

El 2 de octubre fue el comienzo de la implantación de las libertades que ahora nos parecen tan naturales, pero aún queda mucho camino por recorrer para que esas libertades se hagan plenamente realidad. El movimiento estudiantil nos enseñó que mientras la palabra “represión” no desaparezca y persista en el actual contexto mexicano, debemos luchar por nuestros derechos, por la justicia, por la libertad y por la igualdad.

AM.MX/fm’.

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