El aprendizaje es cultural, social y cognitivo. El cerebro evoluciona a través de la cultura. Los procesos sociales, las experiencias y los traumas modifican la lectura de los genes e incluso del ADN. Al menos así lo explica la epigenética.
Las experiencias negativas, el dolor y los acontecimientos repetidos se acumulan en el cerebro y dan lugar a emociones, sistemas de creencias, comportamientos y vida. Sólo la educación esencial, las reformas estructurales, las normas y regulaciones sociales, junto con el crecimiento económico, social y espiritual, reproducen nuevos seres humanos capaces de adaptarse sabia e inteligentemente a la convivencia pacífica, la tolerancia, el respeto a la diversidad, el aprendizaje democrático y la paz social.
La mayoría de los países latinoamericanos han salido más o menos de las dictaduras y, democráticamente hablando, han madurado un poco, reconociendo el sistema de partidos y respetando algunas reglas para hacer viable el cambio político.
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En Haití fue imposible intervenir, imponer, proporcionar recursos, pactar, militarizar, crear líderes -empresarios, religiosos, artistas, intelectuales- y ayudarles a elegir a sus dirigentes.
Psicológicamente hablando, Haití es un país insostenible con el pronóstico del «síndrome de los que no avanzan».
No ha desmantelado sus sistemas de creencias, no ha roto con los prejuicios, los aspectos simbólicos y el aprendizaje cultural del siglo XIX.
Es un producto del atraso, donde la parte prefrontal del cerebro no puede identificar, comprender, razonar y utilizar de forma crítica y constructiva la parte prefrontal del cerebro para crecer, avanzar, adaptarse, superar el pasado, vivir el presente y construir el futuro.
Los haitianos descalificados han preferido los modelos del pasado. Éstos son la confrontación, el odio, la rivalidad, el sacrificio, la negación, la reactividad, el conflicto, la lucha incontrolada, la violencia social y un sentido aprendido de desesperanza.
El Presidente Abinader, el Ministerio de Asuntos Exteriores y el alto mando militar deben comprender los modelos políticos, sociales y de comportamiento aplicados a los no resistentes. Deben establecer límites, no participar en sus conflictos internos, mantener normas y reglas, no dejarse provocar y enseñarles a mandar, decidir y no transigir.
Escuchar a los que no se resisten, pero no permitir que incumplan las normas y reglas. Por cada infracción, se intensifica el castigo, se aumenta la vigilancia y se mantiene el control. Sin embargo, en virtud de las normas y reglas, a nadie se le niega comida o medicinas.
La ONU y la OEA se han negado hasta ahora a ocuparse de Haití. La guerra entre Israel y los grupos terroristas, Ucrania y Rusia, y los conflictos en Asia son conflictos que merecen más atención. Por eso se dejan desatendidos los conflictos de Nicaragua, Cuba, Guatemala y Haití.
El Haití irresponsable seguirá rebelándose, sufriendo bajas y buscando canales, a pesar de que el conflicto es de bandas, de ausencia de presidente, de ausencia de organización, de ausencia y falta de todo. Pero el Haití irresponsable se sostiene en la rebeldía, no en la racionalidad ni en la voluntad de cambio.
Conductualmente, las personas rebeldes y descalificadas que en su mayoría han perdido o no han aprendido a desarrollar su inteligencia emocional, social y espiritual, junto con la frustración de no tener las habilidades y la capacidad de entenderse como grupo social, terminan sufren.