Normalmente, una persona que tiene un coche con “neumáticos en mal estado”, aire inadecuado o problemas de frenado no puede pedir un Uber, un taxi o montar en un coche público. Ya tiene un estatus diferente y hacerlo parece minimizarle, acomplejarle y no adaptarle a ir a pie.
Si de repente empieza a llover a cántaros, es probable que sienta que eso le arruinará el día y cancele su salida, a menos que vaya a reunirse con su jefe o tenga una cita romántica.
La persona con coche sufre las consecuencias de llegar tarde al trabajo porque no encuentra aparcamiento, de que le roben el coche, de sufrir cuando sube el precio del combustible y de quejarse constantemente.
El sacrificio de comprar un carro es que el propietario quiere llegar al lugar acordado sin ninguna dificultad, llegar al destino rápidamente y no querer cambiar la ruta.
Además, el “Bolero” es especial y siempre ataca temprano, pero sólo para llevarlo a casa y nunca dona un galón de gasolina.
Mis benefactores que me recogen y me dejan me han preguntado: “Qué raro que no tengas coche” o “¿Por qué vendiste tu coche?”, lo que me parece de mal gusto porque induce a error.
Cuando era niño, tenía tres coches en casa: un Chevrolet Biscayne, un Mercury y un Austin Cambridge. Más tarde, tuve uno con cada una de mis tres hijas, pero después de que se ‘mudaran’ los vendí. Además, puedo compartir, disfrutar y ser visto por mis seguidores usando la Guaguita del Mercado, un carro público, a veces Uber y el metro de Santo Domingo.
Mis hijas dicen que siempre me justifico cuando leen frases como el párrafo anterior. ¿Qué opinan ustedes?