Dos décadas de kirchnerismo peronista han dejado a Argentina agotada en muchos frentes, pero la elección de Javier Millay como nuevo presidente del país en una votación celebrada el domingo 19 de noviembre marcó un giro radical hacia la extrema derecha. Millay, un político controvertido y no probado, lanzó un oportuno mensaje de cambio en un momento en que el pueblo argentino atraviesa una crisis económica comparable a la de Venezuela.
Con una inflación superior al 140% interanual y el actual Ministro de Economía, Sergio Massa, incapaz de ganar las elecciones, ocurrió lo que tenía que ocurrir y el 10 de diciembre Argentina inició el proceso de búsqueda de una solución a la crisis que ahogaba al país y le impedía avanzar.
Sin embargo, además de la recuperación económica, Millay se enfrenta a enormes desafíos. No será fácil cumplir todas las promesas que se hicieron como prioritarias durante la campaña, como dolarizar la economía, controlar la inflación y abolir el Banco Central.
Por lo tanto, si es mucho lo que hay que sacudir a nivel interno para satisfacer las expectativas de los argentinos sin poder parlamentario, podemos esperar verdaderos trastornos también en política exterior. Néstor Kirchner inició un giro a la izquierda tanto en política interior como internacional, y su viuda, Cristina Fernández de Kirchner, que más tarde se convirtió en presidenta, siguió el mismo camino.
El Presidente Alberto Fernandes siguió el mismo camino, consolidando a Brasil y China como principales socios comerciales. Mostró más interés en reunirse con Xi Jinping que con Joe Biden. Luis Inacio Lula da Silva (Lula) y Nicolás Maduro encabezan actualmente la lista de los aliados más cercanos de Argentina en la región latinoamericana, pero también mantiene muy buenas relaciones con Gustavo Petro (Colombia) y Gabriel Bolich (Chile).
Millay ha calificado a Lula y Maduro de comunistas y corruptos, ha criticado la falta de libertades en China y ha dicho que se apoyará en EE UU e Israel.
Sin embargo, espera reconciliarse con el presidente Biden, el presidente Naib Buquere (El Salvador), el presidente Luis Lacalle (Uruguay) y el presidente Sergio Peña (Paraguay).
Hay que reconocer que, tras su victoria electoral, su incendiario discurso liberal ha cambiado a uno algo más moderado. Probablemente en previsión de la necesidad de pasar de frases incendiarias para ganar votos a palabras que ayuden a que su gestión avance con mayor fluidez. Así como dejamos de criticar al Papa por llamar al Papa Francisco el argentino más importante de la historia, no debemos seguir escuchando la frase de que Lula es un comunista corrupto.
América Latina ha vivido en las últimas décadas un cambio pendular de gobernantes. Petro en Colombia y Boric en Chile han movido a ambos países hacia la izquierda después de gobiernos conservadores. En El Salvador, Buquere puso fin a décadas de alternancia entre la extrema derecha y la izquierda radical, Honduras primero, y Guatemala -si se respetan la ley y la constitución- la izquierda socialdemócrata, como antes en México.
Así pues, el tablero geopolítico de la región cambia constantemente, lo que obliga al Presidente a buscar acoplamientos. China ha sabido aprovechar las oportunidades que se le han presentado para estrechar lazos con el hemisferio y dejar de ser un «outsider» para desafiar la hegemonía estadounidense en el continente. Además de su influencia comercial, la República Popular China ha conseguido aislar al gobierno taiwanés en la región. El loco Mirei es sin duda una figura clave a vigilar en la región.