Economicas

La victoria de Javier Millay

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¿Hacia dónde se dirige Argentina con la presidencia de Javier Millay? Javier Millay ha ganado en un país devastado social y económicamente y casi en cuidados intensivos. Ha ganado por goleada, c.

¿Hacia dónde se dirige Argentina con la presidencia de Javier Millay?

Javier Millay ha ganado en un país devastado social y económicamente y casi en cuidados intensivos. Ha ganado por goleada, con el apoyo del ex presidente Mauricio Macri, uno de los artífices de la actual devastación. Queda por ver si la democracia ha ganado o perdido. Mientras tanto, el proceso electoral a la argentina, con amenaza de infarto político, fue superado sin traumas en el corazón palpitante de la democracia.

Un economista de 53 años, autodenominado libertario, un outsider estrafalario y sin complejos, obtuvo una aplastante victoria como candidato disidente con el apoyo del 56% del electorado. Negador de las atrocidades cometidas durante la dictadura militar (1976-1983), desde el principio fue más una personalidad mediática que política. Impulsado por los grandes medios de comunicación de su país, combinó la estrategia perfecta de producto mediático y simbolismo de extrema derecha: elaborado para Tik Tok y las redes sociales, el marketing produjo un milagro: el primer liberal libertario del mundo. Había nacido el primer presidente liberal libertario del mundo. Anarcocapitalista, líder del movimiento Liberty Advance y némesis de todo lo que huela a Estado y justicia social.

El actual diluvio económico que ha diezmado las megaciudades sudamericanas parece recrear el desastre del Corralito (2001), cuando triunfaron el peronismo y Ernesto Kirchner; la arrolladora victoria de Mirei en las urnas el domingo 19 de noviembre abrió la puerta a la actual situación de crisis. En ese momento, un público hastiado y hambriento volteó parte del tablero político, dando una oportunidad a los izquierdistas.

La extrema derecha, encabezada por Javier Millay, se encendió con el lema “¡expulsadlos a todos! Y con la antorcha en la mano, no ha dudado en su promesa de reavivar el viejo barco de la tradición política. Los parásitos y las castas corruptas le llaman incesante y temblorosamente. Se enfrentará a retos sin precedentes e intentará superar lo que tipifica como una era de decadencia. Aunque algunas de las respuestas del partido gobernante eran incontestables, el pueblo compró y creyó todas y cada una de sus acusaciones, y descargó toda su rabia acumulada de frustración e impotencia sobre los hombros del peronismo. La mayoría del público votante, con su ferviente apoyo al sufragio, eligió ponerle la silla presidencial y darle su confianza.

Casta, herencia y kamupaneras no eran más que pequeñas etiquetas en el combo de adjetivos que restregaba constantemente en la cara de sus adversarios. Desconcertados y aturdidos, se quedaron sin munición ni aire ante un intenso estilo de campaña subversivo y tenaz, guiado por temas pop, entre frases mordaces, con dientes acusadores como motosierras que los atravesaban. Inflados, hartos y frustrados, debían barrer al candidato Sergio Massa, la cara económica del impopular gobierno de Alberto Fernández, y al ministro de Economía. Para ganar, Millay necesitaba conquistar los votos de los jóvenes, de los votantes de ingresos medios y bajos, descontentos y resentidos con el viejo sistema político, causante de una inflación de casi el 150% interanual. Así creó, atacó y barrió al quiltinerismo y a la coalición gobernante Unión por la Patria. El resultado es un escenario desconcertante para los argentinos y para el mundo: un país sorprendentemente rico y, sin embargo, el 40% de su población vive en la pobreza, ¡el 10% de ellos en condiciones extremas!

Sin embargo, la fiesta democrática ha terminado. Una fiesta de insultos, un tiempo para la extravagancia. La prometida reconstrucción nacional es ambiciosa y controvertida, y arriesgada al mismo tiempo. Tras haber hablado sin cesar sobre el siglo de decadencia de Argentina, Millay debe pasar de las palabras incendiarias a la acción prometida ante un público económica y emocionalmente marcado y agotado. Enardecido, casi poseído, propone reconstruir el país a partir del 10 de diciembre. No hay vuelta atrás, una especie de cirugía mayor o a corazón abierto. Ignorando cualquier aplazamiento, los neoliberales le acompañarán hasta completar la obra del mesías. Por cierto, muchos de sus entusiastas seguidores acogen su obra con un aire de misticismo, ya que su poder viene de los cielos.

Cuando se le pregunta cómo es este modelo de diseño complejo, responde sin vacilar ni titubear: “Estoy listo para la transición – ajuste – aplicación”. A grandes rasgos, los ejes centrales de su tratamiento ultraliberal y anarcocapitalista son un Estado más pequeño, la supresión de 11 de los 19 ministerios (incluidos sanidad, educación y servicios públicos) y la vuelta a las privatizaciones y los recortes. Luego, en el aspecto monetario y fiscal, un bisturí al bisturí y un empuje hacia la dolarización de la economía. Por si fuera poco, completa, con la rapidez de una motosierra, la desaparición decisiva del banco central. También se plantea cortar lazos diplomáticos con Brasil y China, principales socios comerciales de Argentina, que representan el 21% y el 14% de su comercio exterior y generan dos millones de empleos, respectivamente.

Representan el 21% y el 14% del comercio exterior de Argentina y generan dos millones de empleos. Tampoco ha detallado qué opciones elegiría. Hasta ahora, su feroz convicción ha bastado para colmar esperanzas, apaciguar penas e inflar aún más el paquete de compromisos. Cuando cada movimiento va directo al corazón del Estado, el viejo estandarte de un orden político resquebrajado, advierte, insinuando únicamente que el precio de todo ello tendrá que pagarlo la casta. Así, la moneda de cambio será elegida por los argentinos en libre competencia, tal vez ignorantes de que su descabellada batalla se librará en plena convulsión económica para una Argentina masivamente endeudada e hiperinflacionaria, ¡tanto en dólares como en yuanes chinos! No se darían cuenta.

Frente a un candidato típicamente populista, atípico y emocionalmente edificante, había poco espacio para la especulación que lo mirara críticamente o lo interpretara con alguna base analítica interesante. Predecir sus programas de gobierno era un empeño infructuoso y hostil, incluso para tecnócratas y expertos. Pero una vez elegido Presidente y santificado su programa de tierra quemada como nuevo sello ultraliberal, sólo nos queda esperar.

Más allá de cualquier especulación o aspiración ideológica, esperamos. Porque más allá de su estilo irritante y su discurso vidrioso, queda la sabiduría y la esperanza de que Argentina encuentre su camino en el futuro. Sin embargo, para muchos es frustrante dudar de ello. Parece que asistimos a otra propuesta pegadiza, reconfortante y redentora, pero construida al borde de un abismo. Y si algo no debe preocuparnos en estos momentos es que tal propuesta se presente con chaqueta oscura y el pelo revuelto. Esperemos que no ocurra lo que se prevé.

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