La globalización se nos vendió como una panacea planetaria, el amanecer de una era de felicidad perfecta, cuando el capitalismo victorioso obró su magia y los cuernos de la abundancia se derramaron sobre todos. Treinta años después, la situación ha cambiado radicalmente y la implacable lógica del capital ha producido la riqueza más obscena y la pobreza más abyecta. La globalización fue una trampa utilizada por el neoliberalismo para expropiar los recursos públicos, deshumanizar las condiciones de trabajo y destruir el Estado del bienestar que surgió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.
COVID puso al descubierto sus defectos estructurales. El delicado equilibrio de este modelo requiere buques y oleoductos de abastecimiento, y cualquier perturbación o interrupción en la secuencia temporal de los trayectos (COVID, Suez, Ucrania) puede provocar un aumento de los precios o, lo que es peor, contribuir a la escasez; en un mundo en el que la migración del campo a la ciudad es una realidad, la interrupción de las cadenas de suministro podría provocar hambre y trastornos en los países más pobres y en las grandes ciudades que dependen de este abastecimiento.
Es precisamente en este contexto en el que debemos evaluar activamente el nivel de soberanía alimentaria de nuestro país. Sí, dependemos de las importaciones extranjeras para mantenerla, pero aún somos capaces de producir una parte importante de muchos de los productos de nuestra canasta básica de alimentos, y además somos capaces de sostener el consumo de los millones de turistas que nos visitan y exportar excedentes a Haití, Europa, EEUU, etc. Esto se puede hacer.
En cuanto a la agricultura, las fuertes lluvias del 18 de noviembre causaron pérdidas de miles de millones de pesos. Decenas de miles de hectáreas de tierra quedaron inundadas, cientos de invernaderos destruidos, así como plantaciones de arroz y plátanos. Esto no sólo significa que miles de agricultores se enfrentan a la ruina, sino también que su capacidad para disponer plenamente de sus productos, tanto para el consumo interno como para la exportación, se ve amenazada.
En ambos casos, no se trata sólo de dinero, sino también de puestos de trabajo, capital y seguridad alimentaria. Por eso, como señaló acertada y responsablemente el editorial de este diario de anteayer, es crucial que el Gobierno proporcione recursos técnicos, insumos y crédito a los productores afectados en el corto plazo e implemente un programa de siembra a gran escala.
Llegó la hora de la demora y la dilación. Las lluvias que nos dejan indefensos son las lluvias que nos permiten como nación y como sociedad brindar a los afectados la solidaridad que es nuestro rasgo más definitorio como pueblo.