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Hace apenas seis décadas, esta fecha se celebraba con gran solemnidad. La gente en las iglesias cristianas demostraba señales de cambio en su vida, alejándose de lo mundano para acatar lo que las autoridades eclesiásticas indicaban en sus mensajes, epístolas, encíclicas y en sus participaciones radiales, además de las ceremonias litúrgicas.
El Jueves Santo era un día de gran recogimiento; los templos cristianos se llenaban de fieles contritos, buscando la absolución de una vida distante de las enseñanzas de la jerarquía católica, que dominaba la mayoría de países latinoamericanos.
Ir a las playas o montañas se veía como una incipiente rebelión a los dictados de la jerarquía católica, que, junto con los obispos del continente, mantenía programas para afianzar a una feligresía muy devota y creyente.
En las últimas dos décadas del siglo XX, a los que aún eran fieles creyentes de la santidad de estos días, se les cayó la venda de los ojos y una secularización se expandió. Ya no era un pecado mortal ir a las montañas o playas para descansar y escapar de las congestionadas calles urbanas, con un tráfico insoportable. Se buscaba el solaz del descanso durante tres días de asueto, dándose una buena vida sin las restricciones del temor al pecado, ahora sumergido en creencias mundanas.
Hoy, los templos católicos siguen llenos de fieles que conservan su fervor, resistiéndose a languidecer y buscando renovarse, siendo el ancla para aquellos que se niegan a dejar de creer, manteniendo una fe tenue pero encendida, a la espera de una señal del Cielo que impacte las conciencias y que la gente regrese al redil, ya sea para renovar su fe o para abandonarla. La reciente tragedia del pasado 8 de abril en la capital dominicana, muchos la interpretarán como un llamado de atención a la conciencia de los fieles indiferentes y alejados de los templos.
Las estrictas directrices doctrinales de la fe han sufrido variaciones, basándose en el sentir de la gente a la que se le coartaba su libre albedrío; en consecuencia, buscaron liberarse de un encadenamiento, herencia de siglos pasados, cuando las calles, en estos días santos, eran dominadas por el silencio y ríos, mares y montañas permanecían desolados, con escasa asistencia juvenil. Eso ha cambiado: las carreteras se saturan de un tráfico caótico de personas que buscan lugares de esparcimiento, disfrutando de la naturaleza, aunque sea por pocas horas, en un ambiente que les recuerda sus orígenes.
Mucha gente ve el terrible terremoto de Birmania, que arrasó esa parte de Asia, como un aviso de que la naturaleza está alerta a los desvíos espirituales. Creen que envía avisos de alerta con serias movilizaciones de la corteza terrestre y que todo lo construido sobre ella sufre las consecuencias de la destrucción, arrastrando a cientos de vidas al holocausto, como ocurrió el pasado martes 8, cuando en la capital dominicana se derrumbó el techo de la discoteca Jet Set, causando cientos de muertos.
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