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Cada día, sin darnos cuenta, afrontamos múltiples retos que activan un mecanismo de defensa natural: el estrés. Aunque en dosis moderadas puede ser útil para reaccionar ante una dificultad, cuando se instala de manera crónica, puede convertirse en una amenaza silenciosa para la salud física y mental.
Este 17 de abril se celebra el Día Mundial de la Conciencia sobre el Estrés, una fecha que busca visibilizar los efectos de este fenómeno en la salud emocional, cognitiva y física, así como promover herramientas para su prevención y manejo.
La doctora Laura Maffei (MN 62441), médica endocrinóloga especialista en estrés, lo define como “la respuesta fisiológica, conductual y psicológica que comúnmente empleamos para afrontar y adaptarnos a las diversas demandas del día a día”. Está presente en todas las etapas de la vida, aunque suele naturalizarse o pasarse por alto.
“Su función adaptativa es fundamental — nos prepara para reaccionar ante amenazas reales — , pero si se prolonga sin mecanismos de descarga adecuados, puede volverse tóxico”, advierte Maffei.
La pandemia de COVID-19, según la especialista, marcó un punto de inflexión. “Transformó la manera en que trabajamos, nos relacionamos y organizamos el tiempo, pero también nos despojó de certezas básicas como la estabilidad económica, la salud o el futuro. La incertidumbre se volvió estructural”.
Y los datos lo respaldan: según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los casos de ansiedad y depresión aumentaron un 25% a nivel global tras el 2020.
El estrés no siempre se presenta de forma evidente. Muchas veces, se “disfraza” de síntomas físicos o emocionales que no se reconocen como parte del cuadro.
El doctor Eduardo Stonski (MN 80839), jefe de la sección Evaluación y Tratamiento del Dolor del Hospital Italiano, explica que la liberación de adrenalina — una de las hormonas implicadas — puede provocar insomnio, aumento de la frecuencia cardíaca, tensión muscular y dolores crónicos. “Por ejemplo, el dolor de espalda, ya sea cervical o lumbar, muchas veces tiene un componente emocional vinculado al estrés”, señala.
Para entender qué circunstancias resultan más estresantes, la neurocientífica Sonia Lupien desarrolló el modelo C.I.N.E., que identifica cuatro factores desencadenantes: C: falta de Control, I: Imprevisibilidad, N: Novedad, E: amenaza al Ego (cuando se pone en juego la autoestima o la competencia)
“No todos reaccionamos igual”, explica Maffei. “Algunos son más sensibles a la crítica, otros a los cambios repentinos o a lo desconocido. Las situaciones que reúnen varios de estos factores elevan los niveles de estrés con más intensidad”.
El cortisol, conocido como “la hormona del estrés”, juega un papel clave en esta respuesta. El doctor Rolando Salinas (MN 72241), jefe de Salud Mental del Hospital Alemán, explica que esta hormona permite al cuerpo prepararse para la lucha o la huida ante un peligro.
Sin embargo, su medición no es un indicador confiable para diagnosticar estrés. “El cortisol varía a lo largo del día y responde a múltiples factores — como el sueño, la alimentación o el ciclo menstrual — , por lo que un análisis aislado no refleja el nivel real de estrés emocional”, señala Maffei.
Por eso, la evaluación debe ser clínica, considerando el contexto, la historia personal y el impacto en la vida cotidiana.
Según el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (NIH), existen diferentes formas de estrés: estrés agudo: respuesta inmediata a un evento puntual (exámenes, discusiones, etc.). Suele desaparecer una vez superada la situación, estrés crónico: se mantiene por semanas, meses o más, a causa de problemas familiares, laborales, económicos o eventos traumáticos, ansiedad: puede aparecer incluso sin un estímulo externo evidente. Es una reacción mental frecuente al estrés y comparte síntomas como palpitaciones, insomnio o dificultad para concentrarse.
El estrés crónico, combinado con altos niveles de cortisol, puede aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares, obesidad, trastornos digestivos, alteraciones del sueño, inmunodepresión e incluso depresión o trastorno de estrés postraumático.
Los síntomas del estrés varían según la persona y el momento de la vida. Algunos de los más frecuentes incluyen: dolores de cabeza, Irritabilidad o cambios de humor, fatiga constante, tensión muscular, problemas digestivos, trastornos del sueño, pérdida o aumento del apetito, dificultad para concentrarse, sensación de agobio o ansiedad
En una sociedad que premia la productividad constante y la multitarea, detenerse a reconocer el estrés puede parecer un lujo. Pero no lo es. Es una necesidad.
Visibilizar sus síntomas, hablar del tema, buscar ayuda profesional y adoptar hábitos saludables son pasos clave para prevenir consecuencias más graves. Porque el estrés, aunque invisible, deja huellas.
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