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«El respeto a los derechos de otros es la paz.»

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Después de la segunda mitad del siglo XIX, Benito Juárez pronunció esta frase al final de una guerra en México que, sin duda, le dejó grandes enseñanzas.

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Después de la segunda mitad del siglo XIX, Benito Juárez pronunció esta frase al final de una guerra en México que, sin duda, le dejó grandes enseñanzas. Se puede aplicar a cualquier época entre individuos y naciones.

¿Cuántas guerras, revoluciones y enfrentamientos se habrían evitado a lo largo de la historia con esta filosofía como principio de vida y gobernanza?

Si se hubiera aplicado «el respeto al derecho ajeno» a lo largo de la historia, muchas vidas se habrían salvado sin las guerras de las cruzadas, las revoluciones de Francia y Rusia -entre otras-, la Primera y Segunda guerras mundiales, las incontables guerras expansionistas, las luchas internas en distintos países, los genocidios, crímenes contra la humanidad, o simples abusos, ya sea por parte de los gobiernos o de grupos dominantes que no respetan los derechos humanos.

Pero la humanidad ha ignorado las lecciones que la historia proporciona y, como resultado lógico, los errores y consecuencias se repiten, pues es más de lo mismo: las guerras persisten y se suceden constantemente, las intervenciones y abusos entre naciones continúan, las guerras civiles o revoluciones no cesan, y los poderosos creen que siempre pueden imponer sus puntos de vista y aplastar al más débil.

Rusia invade Ucrania porque no le gusta su acercamiento a la Unión Europea y la OTAN -su derecho soberano-; palestinos e israelíes no pueden convivir y los abusos y violaciones «al derecho ajeno» son cotidianos en Oriente Medio; las dictaduras y autocracias concentran todos los poderes del Estado e imponen su voluntad a pueblos como rusos, venezolanos, coreanos (del norte), cubanos, nicaragüenses, chinos, y tantos otros a lo largo y ancho del planeta.

Precisamente en el siglo XIX empiezan a proliferar las democracias modernas con constituciones que se basan, en gran medida, en ese «respeto al derecho ajeno» al que hace referencia Benito Juárez.

Pues este principio fundamental para la coexistencia pacífica, que tan poco ha logrado influir a lo largo de la historia, encuentra hoy un nuevo ejemplo de lo que no se debe hacer y su efecto tiene zarandeado al mundo entero.

Con marcados contrastes y altibajos, Estados Unidos inició el siglo XX como un referente en la defensa de las democracias, como un «amigo confiable» para sus aliados y como «socio comercial» de países y regiones, con los que incluso llegó a suscribir acuerdos de libre comercio para fomentar la globalización.

Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca el pasado enero, de un plumazo borró totalmente aquellos principios y valores que Washington pregonaba e incluso defendía para sí y para otros: democracia, soberanía, derechos humanos, libertad, «buena vecindad» y, en términos generales, «respeto al derecho ajeno» -aunque siempre con el matiz que le permitía ser una especie de «hermano mayor»-, en una posición, que si bien era dominante con sus aliados, no incurría necesariamente en abuso y prepotencia.

Sin importar el pleno derecho que tiene Panamá sobre el control de su Canal, amenazó con invasión. A los canadienses los menospreció como socios, vecinos y aliados confiables, y llegó a decir que se convertirían en un estado más de la Unión. A Dinamarca y Groenlandia les ha dado casi un trato de súbditos que deben aceptar sus pretensiones.

Con órdenes ejecutivas pasa por encima de los derechos de personas, organizaciones y pretende hacerlo del sistema de justicia de su país. Si fuera un rey medieval podría actuar de esa manera, pero en una democracia moderna se deben respetar las instituciones y la independencia de poderes y, ¡sobre todo! Se debe respetar «el derecho ajeno» y actuar en base a ese principio.

Por supuesto que la Casa Blanca está en su derecho de crear lo que considere un comercio justo con todos los países del mundo, pero debe hacerlo respetando al resto de naciones. Incluso, lo que suena lógico, es que se hiciera de manera amistosa, en la que todas las partes se sientan satisfechas. Eso es hacer un buen negocio. Lo demás, se llama imposición y el resultado puede resultar frágil en el tiempo.

Hay satisfacción en el Despacho Oval porque hay una cola de países que quieren una solución «amistosa», pero saben que deben negociar con una especie de pistola en la sien. De hecho, no sería una exageración decir que lo que se puede obtener son victorias pírricas, es decir, aquellas que se obtienen, pero a un costo demasiado alto. En este caso, sería el de generar acuerdos que dejan heridas en quienes deben aceptar los términos impuestos por Mr. Trump. Esas victorias mencionadas llegarán, no cabe duda, pero al mismo tiempo hay un rival que no se doblegará. De hecho, China puede aprovechar esta guerra comercial creada por Trump, para tender puentes con muchos países con los que puede alcanzar acuerdos satisfactorios y emerger como el gran ganador.

El mapa de «buenas relaciones» va a cambiar pronto y drásticamente. Ya China avanza en África y Latinoamérica, pero de estas batallas, escaramuzas o guerra, le pueden colocar en una inmejorable posición. Ya no es la China del siglo XX, es la China de Xi Jinping, que produce con calidad y… y que tiene una capacidad casi infinita de consumo. Estamos por ver los capítulos decisivos de esta confrontación moderna.

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