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ONU: Washington y sus Metas Hegemónicas. Parte I
Estados Unidos, mediante su presidente, el empresario republicano Donald Trump, determinó, el pasado febrero, comunicar el retiro de su país del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, mostrando su desprecio crónico hacia los derechos humanos y validando que otras entidades los violenten, como Israel, a la que incluso brinda protección.
Amanda Klasing, directora nacional de Relaciones con el Gobierno e Incidencia de Amnistía Internacional, en Estados Unidos, señala que “el anuncio de la salida de Washington del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, siendo que ni siquiera es miembro, es solo el último gesto del presidente Trump para demostrar al mundo su desprecio total y flagrante por los derechos humanos y la cooperación internacional, aunque esto debilite los intereses de Estados Unidos” (1)
Un Estados Unidos que, de igual forma, ignora los acuerdos, progresos y compromisos asumidos por administraciones previas, en cuestiones de cambio climático, por ejemplo. En políticas sanitarias globales, donde no resulta extraño que el mandatario estadounidense, rubio y multimillonario, que fue un firme crítico de la labor de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su lucha contra la pandemia del COVID 19, haya retirado a su país de este organismo multinacional, dependiente de la ONU.
La congelación de la ayuda a la Agencia de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para Palestina (UNRWA) también ha sido parte de esa política de desprecio por los derechos humanos. En este caso, contra el pueblo palestino y con ello un apoyo continuo a la política genocida israelí. Washington estigmatiza el papel de la ONU cuando se trata de acciones donde Estados Unidos se comporta como violador o apoya a violadores de los derechos humanos.
La Administración Trump prescinde de la ONU, no tiene interés ni de reunirse con el secretario general, el portugués António Guterres. No ha sido parte de la búsqueda de Trump de una solución (favorable a su régimen) en los conflictos de Ucrania y Gaza. No solo ha marginado a la ONU, al Consejo de Seguridad, sino que ha disminuido su aporte económico, lo que conduce al organismo a una irrelevancia evidente e indigna.
En Estados Unidos, en Nueva York, se encuentra la sede de la ONU. Estados Unidos aporta el 25% del presupuesto de este organismo (3.600 millones de dólares en el 2024) de una organización con 40 mil funcionarios en los 193 países miembros. Además, contribuye con una gran parte de los efectivos y el apoyo económico para las llamadas “operaciones de mantenimiento de la paz” que, en realidad, sirven para mantener el statu quo de la pax estadounidense.
Las críticas de la Casa Blanca y los sectores más extremistas de la sociedad estadounidense contra la ONU, e incitar esa visión de desprecio a este organismo internacional si no cumple los designios, objetivos y propuestas de los grupos de poder de Washington, es propio del carácter totalitario que tiene Estados Unidos. Un régimen que busca reformar, de manera esencial, al principal organismo multinacional, no para democratizarlo, sino para que siga al servicio, de forma exclusiva, de sus afanes hegemónicos. Y, para esto, la herramienta de presión de negar la contribución financiera a la que se compromete cada país es un elemento de chantaje, coacción y de extremo peligro para el cumplimiento de las tareas establecidas por la ONU.
El presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, en la cumbre de los BRICS en Kazán, Rusia, en octubre de 2024, presentó ideas más propositivas que las ideas catastróficas de Trump. En esa ocasión, el mandatario ruso destacó que “no existe alternativa a las Naciones Unidas como organización internacional universal (…) pero… arrastra muchos problemas… el mundo está cambiando y todas las estructuras creadas hace décadas deben modificarse de acuerdo con el mundo cambiante”. La idea principal es dar mayor relevancia al concepto y la práctica de un mundo multilateral en lugar de la unipolaridad establecida a partir de 1991 con la caída de la URSS y el campo socialista.
En esta idea, la cuestión que más incomoda es la composición del Consejo de Seguridad. Sus miembros permanentes y el derecho de estos a vetar resoluciones, aspecto en el que la visión de Rusia y China difiere considerablemente de la de Estados Unidos, Reino Unido y Francia. A este respecto, Putin señaló que, para un mejor funcionamiento de la ONU “hay que ampliar la representación en el Consejo de Seguridad y otros órganos clave a los países de Asia, África y América Latina” (2)
Desde mi análisis, no tengo dudas de que la ONU necesita cambios, más allá de lo superficial. Por supuesto, hay que reformar este organismo internacional, con una gran burocracia, que en muchas ocasiones solo obstaculiza la necesidad de impulsar la justicia, forzada, precisamente, por los poderes, principalmente occidentales, que son los que proveen la mayor cantidad de recursos financieros para el funcionamiento de esta entidad internacional.
Una ONU surgida después de la Segunda Guerra Mundial, que necesita democratización, modificar su anticuada estructura si se quiere seguir contando con ella. Pero, un cambio exigido, necesario, vital y multilateral. No para servir a los intereses de la élite política, militar y financiera de Estados Unidos, sino para que se cumplan los propósitos, entre ellos el número dos de la Carta de las Naciones Unidas que establece “fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y a la libre determinación de los pueblos, y adoptar otras medidas adecuadas para fortalecer la paz universal”
Y, principios como el número 1 de la mencionada carta que señala la obligación de tener en cuenta que la ONU está basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros. Propósitos y principios base, exigibles, obligatorios por los cuales fue creada esta organización (3) Se requiere, si no se refunda o se termina definitivamente con este organismo, que se dé paso a una nueva gobernanza internacional. Una que sea verdaderamente inclusiva de la sociedad internacional, con igualdad de derechos y deberes, sin desequilibrio de poder.
Estados Unidos trabaja para socavar la ONU y sus principales órganos, establecidos según la Carta de las Naciones Unidas, cuando se fundó esta institución en 1945: su Asamblea General, el Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y Social, la Corte Internacional de Justicia y la Secretaría de la ONU (4).
Pero, también la labor de socavamiento de Washington está destinada a debilitar el papel de instituciones como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la mencionada Organización Mundial de la Salud (OMS).
Estados Unidos desprecia todo aquello que signifique un freno a sus objetivos hegemónicos, sobre todo cuando estos van en declive. Busca un cambio esencial en la ONU, no para mejorarla, sino para mantener y promover lo que ha sido su línea rectora en materia internacional: mantener y promover un dominio global sin tomar en cuenta los intereses de sus aliados y socios, y aún más despreciar a quienes no son parte de su grupo. Estados Unidos intenta disputar la tesis de esta “necesidad de cambio” de incrementar, por ejemplo, el número de miembros del Consejo de Seguridad de la ONU.
El Consejo de Seguridad está formado por 15 miembros, cinco permanentes y 10 no permanentes. Los miembros fijos son aquellos con derecho a veto en las resoluciones de este organismo internacional: Rusia, China, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. También hay 10 miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, elegidos por la Asamblea General por períodos de dos años.
La propuesta de Estados Unidos es incluir regiones que no están representadas: África, América Latina y El Caribe, y los llamados estados insulares (muchos de ellos dominados por Washington y que suelen votar a favor de las posturas de las administraciones estadounidenses).
Washington, durante las administraciones de los ex presidentes Barack Obama y Joe Biden, planteó ese aumento, pero sin conceder el derecho a veto. Una inclusión, por ejemplo, en el Consejo de Seguridad, que integrara a Japón y Alemania, socios incondicionales de Washington, lo que genera el rechazo de Rusia y China. Los requisitos de Washington son que esos miembros tengan un nivel de desarrollo económico fuerte, que contribuyan con dinero y efectivos a las operaciones llamadas de paz, y que su aporte financiero a la ONU sea considerablemente sustancial.
Después del inicio de la operación en Ucrania, la postura de Washington ha sido instalar una narrativa que plantee, por ejemplo, la salida de Rusia del Consejo de Seguridad permanente, como “castigo” a su papel en esta guerra. Una cond