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En fin, el punto preocupante es el siguiente: la gente cada vez tolera menos las opiniones diferentes y no está dispuesta a participar en un debate crítico, sino a censurar.

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En fin, el punto preocupante es el siguiente: la gente cada vez tolera menos las opiniones diferentes y no está dispuesta a participar en un debate crítico, sino a censurar.

En los últimos días, a raíz de la muerte del escritor Mario Vargas Llosa, conocido por sus controvertidas posturas políticas, se desató un debate en las redes sociales sobre la separación de la obra y el artista, y sobre la “cancelación” de autores que, por alguna razón, resultan moralmente inaceptables, a pesar de ser buenos escritores. Para muchos, las posiciones políticas de Vargas Llosa, sobre todo entre personas de izquierda, eran intolerables por ser de derechas y reaccionarias. Tras su fallecimiento, leí muchos comentarios donde se le denigraba como persona, pero se rescataba su obra. En otros casos, directamente se le cancelaba, incluyendo sus obras. Un caso similar ha ocurrido con la escritora, aún viva afortunadamente, J.K. Rowling, creadora de Harry Potter. Por diferentes motivos, pero también ideológicos, la autora ha sido “cancelada” por quienes no comparten sus posiciones públicas sobre la ideología de género. No es buena persona, alegan sus críticos, como lo hacían de Vargas Llosa y como lo hacían también de Pablo Neruda, por ejemplo, por circunstancias de su vida. No están del lado “correcto” de la historia, según algunos, y eso les hace merecedores de ser cancelados como figuras públicas, en sus obras, pero también en sus opiniones. Auténticas hordas de opinadores virtuales recorren la red inflamados por el odio y el resentimiento.

A mí lo que me asombra, querido lector, es lo rápidos que son algunos para intentar censurar todas aquellas posturas que les incomodan, cuán predispuestos están a sumarse a linchamientos morales desde la virtualidad de las redes sociales. Y es todo un fenómeno, de verdad. Muros de Facebook y X sirven como especies de escaparates de la vanidad. No importa mucho el tema de debate, ni estar informados al respecto, lo que importa es publicar rápidamente una opinión que nos haga parecer moralmente superiores. Por supuesto, los criticados no pueden defenderse, y si lo hacen, peor: solo avivan el odio que corre como la pólvora en los ejércitos de los inquisidores de teléfono celular.

La predisposición y las prisas en la necesidad de comentar poco tienen que ver con auténticas posiciones informadas sobre los temas. En gran medida, y paradójicamente, porque la gente, a pesar de que hoy, como nunca, hay información de sobra al alcance, no se molesta en informarse, en corroborar datos. Las noticias falsas inundan las redes y las personas suelen compartir opiniones ya formadas, sumándose a ellas.

En los temas candentes o de moda, parece que la gente ya no tiene que formarse una opinión para opinar, sino compartir una que sea compatible con ideas previas. Pero no solo eso, en los temas polémicos casi sería mejor no tener una opinión propia que resulte diferente de las mareas de opinión que van de un lado a otro, porque estas suelen ser agresivas, llenas de indignación. Algo hipócrita, porque claro, después de cinco minutos, el tema pierde interés y casi todos han olvidado las causas que defendían fervientemente.

De todas esas mareas de opinión, las más detestables son aquellas que suman prejuicios, que están construidas con noticias falsas y que buscan halagar a personajes con poder, o que, como decía, aprovechan la marea para posicionarse en el lado moralmente “correcto” de la historia, cualquiera que sea (y que últimamente abunda con una claridad aplastante). Es el caso, por ejemplo, de la también reciente polémica por un acto de protesta que jóvenes estudiantes organizaron en la UNAM contra la escritora Margo Glantz, por sus posiciones políticas sobre el conflicto en Gaza, donde Israel lleva a cabo un genocidio impune y aterrador, contrario no solo a los derechos humanos, sino al más elemental sentido de la humanidad.

Tras la fallida presentación de la autora, surgieron solidaridades encendidas, indignaciones y exageraciones, pero sobre todo desinformaciones corrieron como la pólvora. Que si había sido un acto “antisemita”, que un “pogromo”. Algo verdaderamente ofensivo por ridículo.

Independientemente de las formas de protestar, los jóvenes que protestaron en ese acto lo hicieron por el apoyo que la autora ha mostrado a la política criminal de Israel que ha asesinado a miles de niños y mujeres en Gaza. Esto a través de su cuenta de X, que, claro, tras la protesta, borró.

A mí, querido lector, me sorprendía, y ya hasta empezaba a indignarme, por sumarme al río de indignación general, que la solidaridad de tanta gente del mundo literario no estuviera con quienes han sido y están siendo asesinados en esa guerra que ha dejado a un pueblo sin absolutamente nada, que ha sepultado a familias enteras, sino con una escritora que con toda tranquilidad se mostró impasible ante estas atrocidades. Luego, tras aclararse el asunto, que no había sido ningún “ataque antisemita”, algunos corrigieron su postura. Y sí, a veces la brújula moral falla cuando se trata de subirse a las olas de opinión.

En fin, el punto preocupante es el siguiente: la gente cada vez tolera menos las opiniones diferentes y no está dispuesta a participar en un debate crítico, sino a censurar. Todos están convencidos de tener la razón y estar del lado moralmente “correcto” de la historia y a nadie se le ocurre, antes de escribir en sus redes sociales, dudar de sus propias opiniones y posturas o, por lo menos, informarse. La cancelación, la condena y la censura son más fáciles y dan sus réditos: uno siempre está del lado correcto… hasta que la historia lo corrige a uno, pero para entonces, ni quién se acuerde.

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