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¿Se puede transformar el mundo?

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El reto de edificar algo más justo que el capitalismo.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

El reto de edificar algo más justo que el capitalismo.

La probabilidad de transformar el mundo y construir un sistema más justo y equitativo que el capitalismo actual no se ha esfumado. Por el contrario, sigue siendo una aspiración profundamente humana. Reside en las luchas sociales, en los márgenes, en los sueños que se niegan a morir. Sin embargo, frente a la magnitud de las crisis contemporáneas — climática, social, económica, política — , esa posibilidad se percibe lejana, casi inalcanzable.

El capitalismo, en su etapa actual del imperialismo, ha demostrado una enorme capacidad de adaptación y reciclaje. Sobrevive a crisis económicas, pandemias, guerras e incluso a sus propias contradicciones internas. Se reinventa constantemente, absorbiendo resistencias, domesticando disidencias, maquillando desigualdades con discursos de progreso, innovación y desarrollo. Pero tras ese velo persisten realidades brutales: concentración de la riqueza en pocas manos, destrucción del planeta, precarización de la vida, despojo de comunidades enteras.

¿Hay alternativa? Durante décadas se ha promovido la idea de que no. La frase de Margaret Thatcher — “There is no alternative” — se convirtió en el mantra del neoliberalismo. Y, sin embargo, como recuerda el historiador Immanuel Wallerstein, toda estructura histórica tiene un comienzo y un final. El capitalismo no es eterno. Su superación es posible, aunque no será sencilla ni está a la vuelta de la esquina.

La historia como prueba de lo posible

La historia está llena de momentos en los que lo impensable se volvió real. Las revoluciones haitianas (1791), rusa (1917), albanesa (1939), China (1949), cubana (1959), nicaragüense (1979) sacudieron los cimientos de sus épocas, demostrando que los sistemas de dominación pueden ser desafiados desde abajo. La caída del apartheid en Sudáfrica o los movimientos anticoloniales en Asia y África en el siglo XX revelan cómo la voluntad colectiva puede transformar estructuras profundamente arraigadas.

Incluso más cercano en el tiempo, las rebeliones indígenas y populares en América Latina — desde los caracoles zapatistas en México hasta las movilizaciones plurinacionales en Bolivia y Ecuador — han abierto brechas en el sistema. Son espacios donde se intenta repensar la política, la economía y el sentido mismo de comunidad.

Construir desde abajo: resistencias que crean

En medio de un mundo dominado por el capital financiero, hay experiencias que, sin grandes titulares, construyen alternativas reales. Las cooperativas recuperadas en Argentina tras la crisis de 2001 muestran cómo los trabajadores pueden autogestionar empresas sin patrón ni explotación. En Brasil, el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) ha creado asentamientos donde la producción agroecológica convive con educación popular y organización democrática.

En el norte de Siria, el pueblo kurdo ha levantado, en condiciones de guerra, un modelo político basado en el confederalismo democrático, la igualdad de género y el respeto a la ecología. Y en los Andes, el concepto del Buen Vivir — inspirado en cosmovisiones indígenas — plantea una vida digna no basada en el consumo ni en la acumulación, sino en el equilibrio con la naturaleza y la comunidad.

Estas experiencias no son perfectas ni están exentas de contradicciones. Pero son semillas. Demuestran que es posible vivir, organizarse y producir al margen — o en contra — de la lógica capitalista.

Imaginación política y creativa para romper el cerco

El desafío no es solo estructural, sino también cultural. El capitalismo no solo controla medios de producción, sino también formas de pensar. Ha colonizado el deseo, moldeado la subjetividad, hecho parecer “natural” lo que en realidad es construido. Romper con esta lógica implica reapropiarse de la imaginación política, recuperar la capacidad de soñar, de construir futuros posibles.

La filósofa feminista Silvia Federici señala que: “No se trata simplemente de redistribuir la riqueza, sino de repensar la vida misma, de romper con la lógica del capital que pone la ganancia por encima del cuidado, la cooperación y la comunidad.”

Esto implica cambiar la pregunta. Ya no se trata solo de cómo resistir al capitalismo, sino de cómo construir en su lugar. Cómo poner en el centro la vida, el cuidado, los vínculos familiares, la Tierra, los saberes colectivos. Cómo generar espacios donde la Casa Común, como proclamaba el Papa Francisco, vuelva a ser el fundamento de lo político y lo económico.

Lo improbable no es lo imposible

Sí, cambiar el mundo parece una tarea titánica. Pero lo improbable no es sinónimo de imposible. Las grandes transformaciones históricas nunca fueron fáciles ni inmediatas. Requirieron persistencia, creatividad, alianzas inesperadas y, sobre todo, fe y amor en la posibilidad de otro mundo.

Como escribió el filósofo marxista Ernst Bloch: “Lo que no está aún hecho, sigue siendo posible.” Y como recordó la activista y poeta afroamericana Audre Lorde: “No hay lucha sin sueños.”

Lo que venga después del capitalismo no está escrito. Y aunque no hay fórmulas mágicas, sí hay caminos que ya se están trazando desde abajo. La pregunta que queda es: ¿nos atrevemos a caminar juntos hacia allá?

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