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Valladolid reluce con luz propia, tanto en su interior como en el exterior de la capital. Dentro y fuera del ámbito universitario y catedralicio, en una multitudinaria mañana de Jueves Santo. Pero… también en el ámbito monárquico y conventual. Todo en la urbe contemporánea, cuya arraigada Semana Santa vuelve a ser recorrida, rezada y admirada en la ciudad de antaño, conocida y reconocida en esta jornada por naturales y forasteros. Los mismos que madrugaron con el sol para peregrinar con el Santísimo Cristo de la Luz en el ambiente más académico: desde el Rectorado de la UVa hasta la famosa Facultad de Derecho. Una institución que, desde sus diferentes estudios, licenciaturas y grados, vio nacer las cofradías vallisoletanas, arraigándose en el seno estudiantil, especialmente fervorosa al Santísimo Cristo de la Luz desde 1941.
Y la campana del Palacio del Cardenal Mendoza, como en los grandes fastos de la casa, sonó para dar inicio al discurrir de concurridas filas cofrades, numerosas “manolas” además de profesorado de distintas facultades y directivos universitarios acogiendo al sobresaliente crucificado de Gregorio Fernández. El Cristo de la Luz peregrinando desde el umbral a ras de la gente, escuchando al pueblo, aprendiendo de los estudiantes y hasta dando la bienvenida a muchísimos turistas que desde ayer abarrotan las aceras. Una multitud, tanto de aquí como de allá, que, como hacía muchos años, ponía en común directivos de las cofradías de la ciudad, no se veía. Y todos también con alma “semanasantera”, pues son muchísimos los que asisten a esos momentos imprescindibles, acompañando a su vez las procesiones.
El Cristo de la Luz precisamente reunió ayer a muchísimos peregrinos, los de la esperanza. Aquellos que admiraban y contemplaban a la conocida popularmente como ‘La Perla’ del maestro escultor, que, cinco siglos después de su creación, continúa con su mirada cautivadora tras unos gestos de dolor y una anatomía sufriente, con la que compartió el drama de la Cruz este Jueves Santo. Un caminar donde todos querían estar: desde la salida en la plaza de Santa Cruz, ante la lustrosa fachada renacentista restaurada en los últimos tiempos, y con muchos espectadores que ansiaban reencontrarse con esta imagen tras la suspensión del pasado año por las temidas lluvias.
Hoy, el amanecer ya vislumbraba un buen y santo día. Aunque todos buscaban el sol, pues las temperaturas aún eran bajas, por debajo de los 10 grados centígrados. Por eso, una de muchas anécdotas, las zonas soleadas eran las más concurridas, hasta el punto de que en los puntos procesionales del recorrido, Santa Cruz, Universidad, Portugalete y Catedral, había gente tanteando su sitio con bastante antelación. Porque todos querían acercarse e irradiarse de su Luz con miles de ciudadanos, por ejemplo, en el acto de homenaje de los estudiantes vallisoletanos en el fuero de los leones de la Uva, donde el himno por excelencia, el Gaudeamus Igitur, reverberó incluso en los campus. De ayer y de hoy, porque escuchar estas piezas para muchos significó algo así como retroceder en el tiempo, como comentaban unos con otros en las aceras donde incluso, el caso de Carlos, José, Antonio o Luis, que recordaban viejos tiempos.
Otra de esa procesión de momentos, de encontrarse con el crucificado pero también con el Sagrado Corazón de la torre de la Seo Metropolitana, con los leones universitarios o con la imagen de Santa María de la Antigua entre las gárgolas del emblemático templo. El Cristo de la Luz recuperó su semblante procesional, tras admirarse también meses atrás en el Museo Nacional de Escultura, y siempre con una llamada muy identificativa de estos lares castellanos: el sonido anunciador de la dulzaina y el tamboril, al inicio de la planta procesional, para continuar, por ejemplo, con temas tan sugerentes y reconocibles de la ciudad, como Lux Aeterna, de los compositores Eugenio Gómez y Pablo Toribio, que interpretó magistralmente la Banda Sinfónica de Arroyo con un joven director, Diego Guijarro, que, emocionado, se estrena este año en estos compases musicales de la Semana Santa.
En el interior de la Catedral, la parte más devocional del desfile, con todos los bancos llenos y mucha gente de pie, para seguir con especial atención el rezo de las estaciones del Vía Crucis, presidido por el propio crucificado desde la cabecera del templo y seguido por la cruz y ciriales de la hermandad, donde, entre otros de los numerosos detalles de la planta procesional, cabe destacar los hábitos con capucha de algunos de sus hermanos que portaban enseres, las maceras universitarias, que siempre tienen un papel de dignidad en todas las ceremonias de la institución que, a su vez, simboliza el poder de la autoridad y, por esto, fueron escoltando al Cristo de la Luz. La escultura de madera policromada, con estremecedores detalles del dolor de la coronación y crucifixión, fue portada a hombros por varios turnos de 24 hermanos en unas andas con renovada decoración realizada por el riosecano Ángel Martín, y con un exorno floral especialmente elegante, conformado por un monte de iris morado y varios capullos de rosas rojas de emotivo recuerdo. Los cuatro velones de las esquinas volvían a estar apagados, más que por simbolismo, por orden de su institución propietaria, el Museo de Escultura, para evitar que la centenaria escultura se ahúme y afecte a su policromía original.
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